Me había dejado. Con eso es más que suficiente. No podía soportar que me rompieran el corazón cada año. Sentía que ya no lo iba a reparar en una de esas. Sabía que su exposición era la primera semana de febrero. Había sido testigo de la planeación en detalle de todo el evento; de la temática, de cada cuadro, de la selección del lugar, bueno hasta de los entremeses que se iban a servir. Ya era 31 de enero y era obvio que ya no era parte de su vida. Ya no llamaba, ya no se conectaba, ya ni siquiera me enviaba un mensaje por el celular. Mi hija estaba de vacaciones con su padre y a mí se me avecinaban una tremenda soledad. Sonó el teléfono. Otra vez no era él. Era mi tía de Toluca. Lloré con ella. Me escuchó calmada y me dijo, -¿Por qué no te vienes a Toluca a pasar esos días?
¿Por qué no? ¿Qué me lo impedía? Tenía los días libres, tenía el dinero y no tenía gato que cuidar. Me da pena confesar que sería el primer viaje que llevaría a cabo yo sola, de todo a todo. Era mi dinero, mis medios y mi permiso a mí misma.
Le dije a mi tía que llegaba el sábado 1 de febrero a mediodía y que le hablaba en cuanto llegara. Lavé ropa. La tendí y preparé lo que tenía que preparar: diario, cepillo de dientes, cremas múltiples, shampoo, toalla, medicina, cepillo de cabello y ya. Me iba a quedar cuatro días. Compré algunas cosas y me dormí.
Sábado 1 de febrero
Al día siguiente planché mi ropa, la doblé, la metí a la maleta y me fui en metro a la terminal de camiones de Observatorio para tomar el camión a Toluca. Siempre que iba a Toluca iba con mi mamá. Principalmente porque es su familia la que vive allá. Bueno, también son mi familia, mis tías y mis primos, pero íbamos porque invitaban a mi mamá, no a mí exclusivamente sino siempre como anexo. Tantas veces había ido desde niña, que caminaba en automático a la línea de autobuses de siempre. No sé ni cómo se llaman, pero sé que son los primeros entrando a la izquierda, los azules, los bonitos, los que sirven comida y pasan películas. Pedí mi asiento cerca de la ventana, en medio, debajo de la tele. Me vi avorazada porque llevaba libro para leer, ¿pretendía mirar por la ventana y ver la película todo al mismo tiempo? Pero podía escoger lo que yo quería y eso hice. Pagué con mi dinero, esperé leyendo mi libro en la sala de espera y cuando llamaron mi camión abordé y me senté. Empecé a leer mientras empezaba la película. El paisaje de la ciudad antes de llegar a carretera no me interesaba, pero una vez que íbamos entre los árboles me asomé un buen rato. Llegando a Lerma me aburrí y vi la película. Sexto Sentido es una de mis favoritas. De todos modos nunca acaba uno de verla porque el viaje dura menos que la película.
Me bajé, estiré las piernas, me entregaron mi maleta y afuera de la terminal le hablé a mi tía. Ella vive en Metepec, no en Toluca, así que fue a Toluca a esperarme porque se confunde tratando de explicar cómo llegar a su casa desde ahí. Me dijo que tomara un taxi al centro y que ahí me bajaran en la rotonda. Obedecí. No tengo ni idea de cuánto sea lo justo que un taxista cobre en Toluca así que si me estafó o no, no sé. Pero no me dio vueltas, llegó muy directo y rápido a la rotonda. La rotonda es un monumento a los héroes patrios en el centro de Toluca. Esta compuesto de pilares alrededor de un foro. Ahí en el centro estaba mi tía. Le gusta ser el centro de atención y el drama. Me vio, me sonrío discretamente y espero a que yo fuera hacia ella. Se quitó un guante y me dijo, -¿Cómo te fue en el viaje muñequita?
-Muy bien, tía. Gracias.
-Bueno, vamos a comer primero. Las penas con pan son menos. No está lejos el restaurante.
Cruzamos la calle y ahí estaba un restaurante de tapas español. Era enorme, alto y fresco. Para ser Toluca y febrero hacía mucho calor, así que estaba perfecto. Mi tía pidió lo que quiso y yo comí lo que pidió. Tengo buen apetito y se me quitó lo remilgosa hace mucho. -¿Quieres una copa de vino o pedimos una botella?
Yo abrí grandes ojos. Yo no tomaba entonces. Nada. -¿Una copa? Sugerí.
-Una botella. Pidió mi tía. Y nos tomamos una botella de tempranillo entre las dos y comimos muchas tapas de pantomate, serrano, ibérico, pimientos piquillos, fabada y más. La pena era menos, mucho menos.
Mi tía no me preguntó nada de mi pena. Platicó de sus planes para mí esa semana. -Hoy en la noche viene tu primo Job con su esposa Lulú a cenar tamales. Mañana vamos a la Iglesia Católica a que veas lo que es una ceremonia del día de la Candelaria. Te compro tu vela y tus hierbas. Pasado mañana vamos a Almoloya de Juárez para que veas la raya en el agua y luego vamos a comer con mi amiga y después ya nos quedamos en la casa para que te prepares y te vayas renovada.
No dije nada. Mi tía me conoce y si eso había planeado seguro tenía una razón. Sonreí y dije, -¡Salud!
Sábado en la noche
Llegó Job con su esposa y con los tamales. Mi tía sirvió los tamales y el atole en la vajilla bonita que se trajo de la tienda de artesanías que tenía en Cancún. -Esta vajilla la diseñó Gerardo, dijo. Job y yo la vimos en silencio. Gerardo fue su pareja por diez años. Mi tía era 20 años mayor que él. Igual que Rubén y yo. -Es bueno guardar los recuerdos hermosos. Me dijo a mí. Entendí la primera lección. Job nos platicó de sus clases de música en la escuela y después de un rato cuando ya había anochecido se fueron. Tenía entonces un año de recién casado. Habían alojado a la hija de su cuñada porque ella también se había casado con mi otro primo y su hija, de un matrimonio previo, estaba causando muchos problemas. Job y Lulú no podían tener hijos. Job era maestro y se llevaba muy bien con sus alumnos que eran de la misma edad que su sobrina-ahijada. Todos se llevaban muy bien ahí. Ayudé a mi tía a recoger, a lavar los trastes y nos subimos a ver la televisión a su recámara. Mi tía tiene un perrito muy consentido. Vimos la noticias porque sino mi tía no puede dormir y una película a petición mía. Mi tía solo ve las noticias y estaba metida en la película. -Mira, es muy interesante este medio.
Me había acondicionado la sala de arriba para dormir. Me dio el baño de arriba y ella se quedó con el de abajo. No es fácil dormir en casa ajena. Vi fascinada su pequeño librero lleno, no tenía libros religiosos como mi mamá o mis tías. Tenía a Nietzche, Cohelo, y uno muy viejo de Neruda. Escribí en mi diario y me dormí.
Domingo 2 de febrero
Mi tía no se levanta temprano. Mi tía no va a la misma iglesia que mi mamá y todas mis otras tías y primos. Mi tía es la oveja negra. Mi tía, que en su juventud era la más proselitista se volvió multifé. Tiene un Buda que trajo de su viaje a la India y colecciona niñitos dios y vírgenes que cuida con mucho cariño. Después de almorzar, nos bañamos, nos arreglamos y mi tía pidió un taxi para irnos al centro de nuevo. Esta vez fuimos a la iglesia de la Virgen del Carmen. Nunca la había visto. Siempre que iba a Toluca iba a la Meca de mi madre, la casa de mi abuelita y a las casas de mis tías y ya. Esta iglesia es como otras iglesias católicas, intimidante. Con sus Cristos tristes y sus vírgenes suplicantes me parten el corazón. Rubén me presentó a los corazones sagrados de Jesús. Mis abuelos paternos eran católicos, pero muy tranquilos. No tenían más que una virgen en la puerta y muy sencilla. No había nada más. Rubén fue acólito de niño y de grande se hizo ateo, como muchos católicos que reniegan de su fé como esos niños que se enojan con su mamá y le dicen, -Ya no te quiero. Todo lo que hacía giraba en torno a su ex-fé. Y muchas de sus pinturas manifestaban esa animadversión. Había una en que estaba pintada la silueta de un corazón de Jesús y decía, ¿Quién es ese pokémon? Su mamá estaba indignada, como lo estaría por una travesura que en el fondo le hacía gracia. -¿Qué opina, Miss? Me dijo cuando la vi. La verdad no opinaba nada. Me daba risa la referencia al pokémon, pero no siendo católica no tenía ese aguijón que tendría para alguien que creció en esa fé. Ahora todo era diferente. El Cristo que estaba frente a mí mientras el padre hablaba y rociaba las velas de todos con agua bendita, me veía con dolor, con el pecho abierto y el corazón sangrante. Así me sentía yo. El Cristo me tendía sus brazos abiertos y debajo de él heabía muchos milagros, esos dijes de metal que son bracitos, corazoncitos, manitas y más que representan milagros que ha hecho en las personas. Y yo lloré. Estaba emocionada. Sentí que él sí me comprendía, que también le habían roto el corazón y que sufría. Mi tía me compró un manojo de romero. Rubén se apellida Romero y lloré de nuevo. -Cuando llegues a tu casa quema el romero y su perfume limpiará todo el pasado. Segunda lección aprendida. Hay que quemar el romero y limpiar el pasado.
Saliendo de la iglesia había unas monjas que vendían rompope. Mi tía les compró una botella y otra pequeña de anís para mí. Luego fuimos a la exposición de niños dios. Había muchos, de todos tamaños y vestidos de diferentes modos. Había unos vestidos con ropita de niño, otros con vestidos tradicionales, como ropones largos con encajes, otros iban con uniformes de diferentes equipos de futból. Era algo muy extraño. Y había muchos niños dios a la venta. También de diferentes tamaños. Mi tía compró uno pequeñito, como para un nacimiento. -¿Quieres uno? Me dijo. Y me dieron ganas de tener un niñito entre mis manos. -Sí. Le dije. Llevaba mi vela bendecida, mi ramo de romero para quemarlo y mi niñito.
Llegamos cansadas y nos tomamos una copa de rompope y otra de anís.
Lunes 3 de febrero
Esta vez el taxista favorito de mi tía nos llevó hasta Almoloya de Juárez, famoso por la cárcel de alta seguridad. Pero nos fuimos hasta el santuario Ojo de Agua donde está la fuente de un manantial en el que se ve una raya que divide el agua de la pileta que hay ahí. Nadie sabe cómo pasa, pero así es. El guía que está ahí incluso revuelve el agua y en segundos se vuelve a dividir. Nos hace notar que en la parte trasera de la división están los peces, el musgo y todo trazo de vida. En la parte delantera no hay ni una mota de polvo. La línea separa y divide la vida del principio. No llamaría yo muerte a la zona delantera, sino a la del principio porque en esa zona todavía no pasa nada, es como una página en blanco, está abierta a cualquier posibilidad. Tercera lección aprendida. Cada día es una página en blanco, siempre está algo por suceder, no tiene caso rumiar sobre el pasado. Salimos y mi tía está satisfecha con su plan. Ya no estoy triste, ya no lloró ni estoy callada. Hablo mucho y estoy emocionada con la raya. Tomamos otro taxi de ahí al restaurante de su amiga Maricarmen que está justo enfrente de la prisión. Acepto que es un tanto escalofriante, pero en cuanto cruzamos las puertas se me olvida su ubicación. El interior es muy agradable. Es amplio y hay mucho espacio. Hay un enorme jardín trasero con juegos. Todas las mesas tiene flores y manteles blancos con encaje. Las ventanas tiene marcos de madera y macetas con flores naturales. Maricarmen en persona atiende cada mesa y platica un rato. Cuando ve a mi tía grita, -¡Lydia, qué gusto!
Mi tía se levanta y se abrazan. -Mi sobrina, Claudia, vino de visita a curar un corazón roto.
-¡Ay, linda! Me dice. Ningún hombre vale la pena ni tus lágrimas ni tus suspiros. Aquí te doy el consejo que quieras. ¿Artista?
-Sí. Contesté.
-¿Cuántos años menor?
-Veintinuo, contesté sorprendida.
-No te preocupes, se te pasará rápido. Te clavaste y no debiste. Pero así de niños ni saben lo que hacen. Mira querida, una cosa te aseguro, él te recordará toda la vida, tú a él, quién sabe.
Me muero de la risa. Nos da lo mejor del menú y no nos cobra nada. Llegamos casi de noche a la casa. -Estás mucho mejor, ¿verdad? Pregunta mi tía. -Vamos a celebrar con un cosmo.
Saca el vodka y el jugo de arándano del refrigerador y un par de copas de martini de una alacena en la cocina. Yo solo había visto esa bebida en la tele. Nos tomamos un par de copas cada quien y mi tía guarda todo. -Ya, que el alcohol es para disfrutar, no para desfigurar.
Martes 4 de febrero
Ya no hay paseo ni nada. Esta vez después de levantarnos y bañarnos mi tía me dice, -Voy a pasear al Taki -su perro- y mientras arreglas tus cosas. No quiero guardar mis cosas, me quiero quedar otro rato, siento que me falta una lección, pero obedezco. Arreglo mis cosas, reviso en el baño que nada se me olvide. Llevo una lista donde anoté absolutamente todo lo que empaqué y solo me falta tomarme la medicina para empacarla y ya. Espero a mi tía viendo el libro de Neruda. Tenía solo 17 años cuando escribió los versos más tristes para su amada. ¡Ah, la pasión de la juventud! Ya la experimenté dos veces, cuando era joven y ahora. Ya me da risa. Ya no lloro. Escucho la puerta, al perrito jadeando y a mi tía hablándole cariñosamente. -Vamos, Taki. Ven a lavarte esa patas. Si hubiera en existencia, mi tía le compraría zapatitos a su perrito. Le lava las patitas, se las seca con su toallita y ya el perro puede andar feliz por toda la casa, camas incluidas.
-Hoy nos toca comer en VIPs, dice mi tía.
Por mi no hay problema, me gusta la comida.
Regresamos rápido a la casa. -Antes de que te vayas quiero darte un último regalo, dice mi tía mientras sirve whiskey en un par de vasitos chaparritos y anchos con hielos y soda que sale a presión de un pequeño garrafón. En esos días he tomado más que en toda mi vida. Y creo que solo tomé agua en las mañanas, con mi medicina.
-Vamos a la salita de arriba que a esta hora el sol pega muy rico ahí. Indica mi tía.
Me gusta esa sala, tiene un ventanal que da al patio y unos sillones muy cómodos. Hay una mesita al centro que tiene revistas. Revistas gordas de moda y decoración que mi tía compra cuando va a visitar a sus hijas a Washington. Me deja seleccionar unas y me las regala. Mientras veo las revistas, mi tía desaparece y vuelve con una cajita misteriosa. -Estas son mis cartas de Tarot, me dice. Multifé al fin y al cabo, ya nada me sorprende de mí tía. Las divide en cuatro mazos y me dice que elija uno. Junta los otros tres y los deja a un lado. El que queda lo esparce sobre la mesa y me dice que elija cuatro tarjetas de nuevo. Las saco y las coloca boca abajo en cuatro espacios. Reparte las demás cartas sobre estas. Me dice que no le haga las preguntas en voz alta, que las piense y que elija las cartas. Eso hago. Conforme van saliendo ella va interpretando cosas distintas. Un salón decorado en forma oriental... un hombre de cabello oscuro y ojos grandes, pero no es tan joven, es mayor que tú esta vez... y solo de eso me acuerdo. -¿De dónde saco yo un salón oriental? ¿Y un tipo mayor? Última lección- el futuro es incierto, pero hay un futuro.
El taxista llega y mi tía me abraza y me dice, -Espero te la hayas pasado bien, muñequita y que todo te haya servido. Señor, se la encargo, es mi sobrina consentida. Le dice al taxista.
El viaje de regreso no tiene mayor contratiempo. Llego de noche a casa. En los tres años que tengo viviendo ahí es la primera vez que siento que es mi casa. Ya siento que son mis calles, mis tiendas, mis rumbos. Y cuando cruzo la puerta, entro a mi recámara y me acuesto en mi cama. Ya es fácil conciliar el sueño en mi cama.
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