martes, 19 de marzo de 2013

UN VIAJE AL PASADO

Entré a la Coordinación y la secretaria me dijo, -Miss, te dejaron un recado. La Sra. García-Moreno, la mamá de Denisse. Dejó este teléfono y me pidió que te dijera que si le llamas en la tarde por favor.
Le di las gracias, vi el teléfono, lo guardé y me fui a mi siguiente clase.

En casa me di cuenta que se me había olvidado el asunto cuando saqué mi cuaderno para planear la clase del día siguiente y salió volando el papelito con el teléfono. No sé si ya era "la tarde", eran las 17.00. Llamé y me dijeron que hablara a las 19.00. Hablé. Me confundió la familiaridad con la que me hablaba la mamá de Denisse, -¡Hola, Clau! ¿Cómo has estado?
Y yo toda extrañada contesté, -Bien.
-No me reconoces, ¿verdad?
-No, confesé.
-¡Soy Miriam!
Y entonces até cabos. Miriam García-Moreno, de la escuela.
-¡Miriam! No sabía que eras la mamá de Denisse.
-Bueno, pues te hablaba para decirte si sabes de la reunión de los veinte años de la escuela.
-No, ni idea.
-Pues es en la casa de Alex Mendieta en Sta. Fé. Bárbara me mandó la información. Te la paso a tu mail y si quieres te vas conmigo.
-Ok. Dije y seguimos platicando de otras cosas. No pude dormir. Fui a la reunión del año, de los cinco y de los diez. No me la había pasado muy bien. Me sentaba con mis amigas de toda la vida, pero antes de que llegaran y cuando se iban me quedaba muy sola. Nunca fui de las populares en la escuela. Era de las matadas, de las estudiosas. Era uno de esos bichos raros que leía todo lo que nos dejaban y además leía por mi cuenta. ¿Para qué? Me preguntaban. Me gustaba. Eso sí, yo era la que contaba todo lo de literatura una hora antes del examen. Era como si contara un cuento y me gustaba mi público. Nadie reprobaba Lite, ni en español, ni en inglés. También hacía dibujos y no cobraba, me gustaba. Pero nadie me invitaba a las fiestas, a esas a donde iba todo el mundo. Desde que teníamos doce años y empezaron las fiestas, me invitaron a una que otra, pero con la cantaleta de siempre, de que me podía dar un ataque si me acostaba muy tarde mis padres pasaban por mí a las diez y a esa hora empezaban las fiestas. Dejaron de invitarme. Mis tiempos en la escuela fueron muy agradables. Aunque éramos más de cien en la generación, yo siempre tuve mis cinco amigas: Rina, Mirtha, Helena, Yuri y Leti. En sexto de prepa me llevaba bien casi con todo el grupo. Realmente nunca tuve ningún conflicto con nadie, simplemente no tuve ningún novio del salón ni me invitaban a fiestas. Miriam estaba conmigo en sexto. Me  acuerdo que a la reunión de un año muchas ya se estaban casando y yo recién había entrado a la Facultad. Cuando fue la reunión de los cinco años, muchas ya estaban teniendo hijos y yo seguía en la Facultad estudiando mi tercera especialidad y sin novio a la vista. En la reunión de diez años ya tenía yo mi hija y mi esposo que fue por mí a la reunión. En ninguna ocasión sentí que encajaba o pertenecía. ¿Debía ir a la de veinte? ¿Qué podía esperar? Además a las anteriores no habían ido mis amigas cercanas. Bueno, si iba con Miriam que había sido tan amable, por lo menos platicaría con ella.
Le escribí a Bárbara para pedirle información de la cena. Me contestó muy amable y me envió la dirección de Alex, el precio de la cena y me dijo que no me habían localizado porque solo tenían el teléfono de mis papás y pues ya nadie vivía ahí. Ahora sí habían pasado muchas cosas. El precio era alto para mi salario de maestra y coordinadora de preparatoria. Pero después de lo amable que había sido Bárbara me animé más a ir. Le hablé a mi hermano y le expliqué la situación. Me dijo, -No te preocupes, yo te doy y no me tienes que pagar.
Pero no solo era eso, además tenía que irme guapa. Estaba recién divorciada y sumida en la depresión. Aquella llamada fue un despertador. Una reunión de ex-álumnos junta a todos, los amigos, los no tan amigos y... esos amores imposibles que una nunca sabe si ahora podrán ser posibles. Carlos Javier Peraza Mora, sus frenos y su sonrisa irrumpieron en mi mente y me puse a brincar como niña chiquita. Faltaban dos quincenas para la cena. Podía gastar en maquillaje y zapatos nuevos en dos quincenas. De una madre que lloraba por los rincones, de repente mi hija se encontró una madre con uñas pintadas, bien arreglada, peinada con secadora y subida a unos tacones que no reconoció. -¿Quién eres tú y que le hiciste a mi mamá? Me preguntó entre encantada y extrañada.
-Hija, te presento a tu verdadera madre, respondí. La otra era una piltrafa que ya no va a volver. Mi hija se quedó a dormir con mi madre y las dos me despidieron sonrientes. Yo seguía muy nerviosa.
Llegué a casa de Miriam puntual y la esperé un ratito. Nos subimos a su carro y nos fuimos a casa de Alex Mendieta. Miriam sabía perfecto como llegar. Las dos íbamos nerviosas por las mismas razones. Las dos estábamos recién divorciadas y empezábamos a sentir esa extraña libertad de salir sin pedirle permiso o parecer a nadie.
Llegamos al edificio y el portero nos indico que la reunión era en la sala de fiestas y nos dijo cómo llegar. Yo estaba con la boca abierta. No conocía a nadie que viviera en Sta. Fé. Llegamos al salón y escuché un grito al momento que me abrazan fuertemente. Leti me decía muy alegre, -¡Clau! ¡Qué bueno que viniste! Y sí, qué bueno que estaba ahí. Leti me dijo, -Ven, siéntate conmigo. Miré a Miriam y ya se había ido con sus amigas. Me fui con Leti. No había visto a Leti desde que salimos de la escuela. Supe que se había casado recién habíamos salido y seguía casada y muy feliz. Es más, su hija mayor se casaba la semana que seguía. Yo estaba impactada. Me preguntó qué había hecho yo. Le conté mi historia y me dijo, -Me habría gustado estudiar. Pero ya casada ya para qué. Nunca se me habría ocurrido esa respuesta de alguien que se veía tan feliz. Seguimos platicando. En eso llegó a mis oídos otro grito alegre, -¡Claudia García! ¡No lo puedo creer!
-¡Mirtha! ¿Cómo estás? Y Leti y yo nos levantamos a abrazarnos y a gritar y saltar como si tuviéramos 15 de nuevo. -No sabes el gusto que me da volver a ver amigas de verdad. He conocido mucha gente, pero no se puede confiar en todos. ¡Me casé con Alex Martínez! Nos dijo cambiando de tema abruptamente. Y es que en eso venía hacía ella su eterno enamorado David. Leti y yo nos reímos. Circulé por diversas mesas y platiqué y me reí con mucha gente. Los años no habían pasado en vano. Las mujeres estábamos muy parecidas, los hombres habían encanecido o perdían cabello. Pero todos habíamos tenido experiencias amargas. Unos habíamos perdido a nuestros padres, Claudia Ríos había perdido incluso un hijo pequeño y eso le había ocasionado un miedo obsesivo a salir de su casa. El hecho de que estuviera aquella noche con nosotros, era un verdadero hito en su vida. La gran mayoría estaba divorciado. Muy pocos permanecían casados. El mismo Alex que había ofrecido su casa estaba pasando por un momento difícil pues se había enterado que iba a ser papá y no estaba casado y no sabía qué hacer. Un par de compañeros habían salido del clóset y se veían muy felices. Un par de compañeros se habían suicidado y nos sentimos tristes por ellos. Una compañera que en la escuela había ganado trofeos en diferentes deportes había perdido la batalla contra el cáncer. Otra que no fue había sobrevivido y empezado una institución para su prevención, detección y consulta. La vida nos había golpeado. Duro. Encontré guiños, sonrisas, abrazos y palabras cálidas en quien menos lo esperaba. Helena no fue, Rina tampoco. Yuri se había casado, por segunda vez, y vivía en Celaya, pero no importaba, tenía sus direcciones de correo electrónico en el que me había enviado Bárbara. Y muchos más. El de Carlos Peraza entre ellos. Él tampoco había ido, pero habían ido otros muchos, chicos que me habían gustado y a los que nunca había tenido el valor de decírselos.
De repente uno de ellos, Luis, se acercó a mí y me preguntó, -¿Qué has escrito? ¿Ya eres famosa?
Me puse roja.
-No, nada. ¿Por qué?
-Por que me acuerdo que en recreo nos metíamos al salón a leer tus periódicos y tu diario. ¡Eran buenísimos!
Abrí mi boca enorme y mis ojos. -¡No es cierto! ¿Leías todo?
-¡Todos! Me dijo y se acercaron sus amigos, Alex Mendieta, Sergio y Paco.
Yo me puse muy roja porque todos ellos me habían gustado. Nos reímos, ya qué. Todo el tiempo lo habían sabido. -No, no he escrito nada. Estudié literatura y soy maestra y coordinadora.
-Y eras muy buena contando las historias para Lite. Dijo uno de ellos.
Bárbara interrumpió para anunciar la partida del pastel. Había muchos pasteles. Y dijo, -Lo mejor de estar aquí con ustedes es que todos sabemos que tenemos cuarenta años y como no nos hemos visto en mucho tiempo, hoy celebramos los cumpleaños de todos. Sírvanse del pastel que más les guste y luego cenamos. Alex buscó a las señoras que hacían de comer en la tiendita y hay tortas de mole, rollitos de tocino y Cazares de botana.
Ni la cena más elegante nos hubiera hecho tan felices.
Cenamos con mucho gusto. No me acuerdo con quien me senté a cenar. Me sentía muy bien. No tenía miedo, ni estaba nerviosa, estaba en familia. Aquellos que habían sido compañeros, que no me habían invitado a sus fiestas, que no habían sido mis novios y muchas que no habían sido mis amigas, eran ahora mis hermanos. Lloramos juntos esa noche, cantamos, bailamos, nos tomamos fotos, brindamos, festejamos. La vida nos había golpeado, nos había moldeado, nos había igualado. Sabíamos lo que era perder padres, hijos, parejas, y también conocíamos la alegría de tener hijos, la preocupación de las calificaciones y peor aún, del bullying. Me pedían consejo como maestra. Me decían si recordaba si ellos habían sido así. Me tenían confianza.
Esa noche no llegué a casa sintiéndome Cenicienta, porque no regresé en una calabaza ni con jirones o ratones. Traía fotos con hermanos, traía confidencias, traía lindos recuerdos, los malos ya no tenía caso seguir albergándolos. Por fin habíamos crecido.

A la de 25 años sí fue Carlos. Por alguna extraña razón Carlos estaba en la puerta cuando yo llegué. Nos vimos, nos sonreímos y nos abrazamos con mucho cariño. -Claudia, me dijo, qué bueno verte.
Y mi corazón ya no latió con la fuerza violenta con la que solía. Sentí un ligero calor recorrerme el cuerpo. Lo había superado, pero siempre ocuparía un lugar especial en mi corazón.


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