II La invitación
III Un cine incómodo
IV Bicicletas y poemas
V Exposición sin exhibición
VI Cine y comida
VII Descubierta
VIII Navidad IX Música, videos y…más música
X Sueños de museo
XI Año Nuevo
XII 6 de enero
XIII El principio del fin
XIV Incertidumbre
XV Tesis, trabajo y otros recursos
XVI El amor en los tiempos del cólera
XVII Tía Lydia
XVIII Pollos
Hay algunas pérdidas que podemos definir como absolutas. Eso dice Eco
respecto a las traducciones, pero según mi psicóloga, cada pérdida esconde una
ganancia (y ahora que recuerdo, también Serrat lo canta). Aunque la pérdida de
Rubén fue muy dolorosa, tanto, que de momento no le ví la ganancia.
Me gusta pensar en el
final como un par de enormes ojos negros mirando tristemente desde la estación
Sonora del Metrobús a una mujer con el sol resplandeciendo en los cabellos
negros caminando hacia el Parque México alejándose definitivamente de él. Pero
ese no fue el verdadero final. El verdadero final fue mucho más amargo y vulgar
y por eso no lo mencionaré. Esta es mi historia y la cuento como quiero.
La verdad no sé cómo
empezó. De repente estaba inmersa en una adicción a su voz, a sus ojos, a su
piel, a su nariz tres veces rota y a sus dientes raros. Pero sobre todo a sus
palabras. Palabras que siempre acariciaban, que curaban, que tocaban el corazón
con calor y alegría, que no me dejaban dormir por estarlas repitiendo en mi
cabeza de noche, ya sea que las hubiera leído en el correo, en el MSN, en un
mensaje en el celular o las hubiera escuchado directamente de sus labios, por
teléfono o en persona.
Nos volvimos adictos. No
vivíamos sino para nosotros. Cuando estábamos juntos éramos felices, no existía
esa competencia por dominar tan común en otras relaciones, no había atracciones
que ocultar o pasiones que domesticar, simplemente surgió lo que surgió.
Ya era un hábito chatear
por MSN cuando una noche que veía Dr.
House recibí un mensaje desesperado en mi celular, -¿No te vas a conectar?
Me conecté. Después de muchos rodeos escribió, -Qué bueno que te conectaste
porque ya no aguantaba más las ganas de... ¿Ya escuchaste los discos de Sabina
que te presté?
-¿Las ganas de qué?- pregunté extrañada. No había escuchado “Ganas de…” en Esta Boca es Mía de Joaquín Sabina, sino
hubiera captado inmediatamente lo que quería decirme.
-Las ganas de decirte que te quiero. ¿Por qué no los has escuchado?
Cuando leí aquello me quedé congelada. Ya había pensado en la posibilidad
de que aquel sentimiento estaba surgiendo entre nosotros, incluso lo había
comentado con mi psicóloga, pero ambas lo habíamos descartado como una linda
fantasía. Incluso ella me había aconsejado que lo confrontara y le preguntara,
pero la simple idea de hacerlo y de que me dejara por pensamientos tan
atrevidos me aterró, así que no lo hice. Y él, tan quitado de la pena me lo
decía tan así, tan campante, tan tranquilo. Fue la primera vez que no tuve una
respuesta inmediata. Me quedé pensando un rato. Finalmente teclée,
-¿En qué plan?
-Ah, pues en uno muy particular, pero mejor cambiemos de tema.
Definitivamente yo NO quería cambiar de tema, quería saber con exactitud
qué pasaba entre nosotros. A qué se debía esa repentina necesidad de confesar
algo que luego quería soslayar como una mosca volando, como un pensamiento
atrevido al que hay que sacudirse antes de que se vuelva una realidad palpable.
-NO.-Contesté rotundamente. Estaba decidida a indagar en lo más profundo de
nuestros corazones, él siempre me confrontaba y cuestionaba mis razonamientos,
me hacía reflexionar sobre mis sentimientos, me recordaba mis motivaciones. Yo
sabía que me había provocado un sentimiento que tenía muy olvidado, muy oculto
y atemorizado en lo más recóndito de mí. Quería saber qué tan cierta era mi
sospecha, quería matarme la agonía que representaba la duda de comprobar si era
una fantasía o una realidad. Una realidad, lo que sea que eso sea.
-No te enojes.-Contestó él, siempre calmándome,
relajándome.
-No me enojo.-Me
tranquilicé, pero agregué, -Eso no se dice así nada más. Por eso quiero saber
en qué plan.
- Lo sé. Pero no tiene caso indagar en el plan en
el que sea, tú me dijiste que había que aceptar los cumplidos como vengan.
-No es lo
mismo decir te ves bien, que te quiero. ¿No crees?
-Pero te quiero y eso no tiene porque influenciar
otros aspectos.-Contestó sabiamente.---Pues
sí los afecta...-Contesté terca como siempre.
-Pues no debería.
-Por favor,
sé claro, para que yo pueda ser clara. Y no te enojes.-Contesté suponiendo que
se enojaba. A veces leer a la gente no es tan fácil como leer, entre líneas, un
libro. Supuse muchas cosas de cómo escribía, creí leer tonos cuando no los
había y eso es peligroso en cualquier relación, asumir sentimientos y
pensamientos que simplemente no están ahí.
-No me enojo.-Contestó serenamente y demostrándome
mi error de interpretación,- Hablemos claro si quieres, pero dime, ¿qué quieres
saber?
-¿En qué
plan me quieres? Just as easy as that. -
¿Por qué a los hombres les cuesta tanto trabajo expresar sus sentimientos? Les
dan tantas vueltas.
-Lo que pasa es que tú esperas que lo clasifique
con términos de "como amigos" o "como hermanos", pero no
sabría decirte, me inspiras todo tipo de emociones, casi siempre tranquilidad,
alegría, pero sobre todo te has vuelto de pronto en alguien con quien puedo
pasar horas hablando o viendo…
-Igual,-contesté
sorprendida. Estaba describiendo con sus palabras lo que yo sentía por él.
-Pero no creo que sea igual, sufro una especie de
enamoramiento estimulante que me motiva, como te decía, esa sensación adictiva,
como estar "drogado"…-continuó, describiéndolo todo exactamente como
lo habría hecho yo misma. Por eso sólo acerté a repetir-, Pues es igual y me da miedo...para variar.
Todo lo que se relacionaba con sentimientos que expongan al corazón me aterraba
desde el divorcio.
-Por eso te digo que no tiene caso indagar, yo me
la paso muy bien contigo y punto-concluyó del modo tan tranquilo como había
comenzado. Pero ya había dicho lo que yo quería escuchar, o bueno, había
escrito lo que yo quería leer de él hacia mí. Mis dudas habían desaparecido. Sí
había una reciprocidad, no era una fantasía, mi intuición no me había fallado.
Así que tranquila una vez más me limité a contestar,
-Ok, como
quieras. ¿Qué hiciste hoy?
-Ja, que cortante. ¿En serio te cuento lo que hice
hoy?
Y así me di cuenta que la historia ya había
empezado.
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