viernes, 22 de marzo de 2013

RECONSTRUCCIÓN

Me había dejado. Con eso es más que suficiente. No podía soportar que me rompieran el corazón cada año. Sentía que ya no lo iba a reparar en una de esas. Sabía que su exposición era la primera semana de febrero. Había sido testigo de la planeación en detalle de todo el evento; de la temática, de cada cuadro, de la selección del lugar, bueno hasta de los entremeses que se iban a servir. Ya era 31 de enero y era obvio que ya no era parte de su vida. Ya no llamaba, ya no se conectaba, ya ni siquiera me enviaba un mensaje por el celular. Mi hija estaba de vacaciones con su padre y a mí se me avecinaban una tremenda soledad. Sonó el teléfono. Otra vez no era él. Era mi tía de Toluca. Lloré con ella. Me escuchó calmada y me dijo, -¿Por qué no te vienes a Toluca a pasar esos días?
¿Por qué no? ¿Qué me lo impedía? Tenía los días libres, tenía el dinero y no tenía gato que cuidar. Me da pena confesar que sería el primer viaje que llevaría a cabo yo sola, de todo a todo. Era mi dinero, mis medios y mi permiso a mí misma.
Le dije a mi tía que llegaba el sábado 1 de febrero a mediodía y que le hablaba en cuanto llegara. Lavé ropa. La tendí y preparé lo que tenía que preparar: diario, cepillo de dientes, cremas múltiples, shampoo, toalla, medicina, cepillo de cabello y ya. Me iba a quedar cuatro días. Compré algunas cosas y me dormí.
Sábado 1 de febrero
Al día siguiente planché mi ropa, la doblé, la metí a la maleta y me fui en metro a la terminal de camiones de Observatorio para tomar el camión a Toluca. Siempre que iba a Toluca iba con mi mamá. Principalmente porque es su familia la que vive allá. Bueno, también son mi familia, mis tías y mis primos, pero íbamos porque invitaban a mi mamá, no a mí exclusivamente sino siempre como anexo. Tantas veces había ido desde niña, que caminaba en automático a la línea de autobuses de siempre. No sé ni cómo se llaman, pero sé que son los primeros entrando a la izquierda, los azules, los bonitos, los que sirven comida y pasan películas. Pedí mi asiento cerca de la ventana, en medio, debajo de la tele. Me vi avorazada porque llevaba libro para leer, ¿pretendía mirar por la ventana y ver la película todo al mismo tiempo? Pero podía escoger lo que yo quería y eso hice. Pagué con mi dinero, esperé leyendo mi libro en la sala de espera y cuando llamaron mi camión abordé y me senté. Empecé a leer mientras empezaba la película. El paisaje de la ciudad antes de llegar a carretera no me interesaba, pero una vez que íbamos entre los árboles me asomé un buen rato. Llegando a Lerma me aburrí y vi la película. Sexto Sentido es una de mis favoritas. De todos modos nunca acaba uno de verla porque el viaje dura menos que la película.
Me bajé, estiré las piernas, me entregaron mi maleta y afuera de la terminal le hablé a mi tía. Ella vive en Metepec, no en Toluca, así que fue a Toluca a esperarme porque se confunde tratando de explicar cómo llegar a su casa desde ahí. Me dijo que tomara un taxi al centro y que ahí me bajaran en la rotonda. Obedecí. No tengo ni idea de cuánto sea lo justo que un taxista cobre en Toluca así que si me estafó o no, no sé. Pero no me dio vueltas, llegó muy directo y rápido a la rotonda. La rotonda es un monumento a los héroes patrios en el centro de Toluca. Esta compuesto de pilares alrededor de un foro. Ahí en el centro estaba mi tía. Le gusta ser el centro de atención y el drama. Me vio, me sonrío discretamente y espero a que yo fuera hacia ella. Se quitó un guante y me dijo, -¿Cómo te fue en el viaje muñequita?
-Muy bien, tía. Gracias.
-Bueno, vamos a comer primero. Las penas con pan son menos. No está lejos el restaurante.
Cruzamos la calle y ahí estaba un  restaurante de tapas español. Era enorme, alto y fresco. Para ser Toluca y febrero hacía mucho calor, así que estaba perfecto. Mi tía pidió lo que quiso y yo comí lo que pidió. Tengo buen apetito y se me quitó lo remilgosa hace mucho. -¿Quieres una copa de vino o pedimos una botella?
Yo abrí grandes ojos. Yo no tomaba entonces. Nada. -¿Una copa? Sugerí.
-Una botella. Pidió mi tía. Y nos tomamos una botella de tempranillo entre las dos y comimos muchas tapas de pantomate, serrano, ibérico, pimientos piquillos, fabada y más. La pena era menos, mucho menos.
Mi tía no me preguntó nada de mi pena. Platicó de sus planes para mí esa semana. -Hoy en la noche viene tu primo Job con su esposa Lulú a cenar tamales. Mañana vamos a la Iglesia Católica a que veas lo que es una ceremonia del día de la Candelaria. Te compro tu vela y tus hierbas. Pasado mañana vamos a Almoloya de Juárez para que veas la raya en el agua y luego vamos a comer con mi amiga y después ya nos quedamos en la casa para que te prepares y te vayas renovada.
No dije nada. Mi tía me conoce y si eso había planeado seguro tenía una razón. Sonreí y dije, -¡Salud!
Sábado en la noche
Llegó Job con su esposa y con los tamales. Mi tía sirvió los tamales y el atole en la vajilla bonita que se trajo de la tienda de artesanías que tenía en Cancún. -Esta vajilla la diseñó Gerardo, dijo. Job y yo la vimos en silencio. Gerardo fue su pareja por diez años. Mi tía era 20 años mayor que él. Igual que Rubén y yo. -Es bueno guardar los recuerdos hermosos. Me dijo a mí. Entendí la primera lección. Job nos platicó de sus clases de música en la escuela y después de un rato cuando ya había anochecido se fueron. Tenía entonces un año de recién casado. Habían alojado a la hija de su cuñada porque ella también se había casado con mi otro primo y su hija, de un matrimonio previo, estaba causando muchos problemas. Job y Lulú no podían tener hijos. Job era maestro y se llevaba muy bien con sus alumnos que eran de la misma edad que su sobrina-ahijada. Todos se llevaban muy bien ahí. Ayudé a mi tía a recoger, a lavar los trastes y nos subimos a ver la televisión a su recámara. Mi tía tiene un perrito muy consentido. Vimos la noticias porque sino mi tía no puede dormir y una película a petición mía. Mi tía solo ve las noticias y estaba metida en la película. -Mira, es muy interesante este medio.
Me había acondicionado la sala de arriba para dormir. Me dio el baño de arriba y ella se quedó con el de abajo. No es fácil dormir en casa ajena. Vi fascinada su pequeño librero lleno, no tenía libros religiosos como mi mamá o mis tías. Tenía a Nietzche, Cohelo, y uno muy viejo de Neruda. Escribí en mi diario y me dormí.
Domingo 2 de febrero
Mi tía no se levanta temprano. Mi tía no va a la misma iglesia que mi mamá y todas mis otras tías y primos. Mi tía es la oveja negra. Mi tía, que en su juventud era la más proselitista se volvió multifé. Tiene un Buda que trajo de su viaje a la India y colecciona niñitos dios y vírgenes que cuida con mucho cariño. Después de almorzar, nos bañamos, nos arreglamos y mi tía pidió un taxi para irnos al centro de nuevo. Esta vez fuimos a la iglesia de la Virgen del Carmen. Nunca la había visto. Siempre que iba a Toluca iba a la Meca de mi madre, la casa de mi abuelita y a las casas de mis tías y ya. Esta iglesia es como otras iglesias católicas, intimidante. Con sus Cristos tristes y sus vírgenes suplicantes me parten el corazón. Rubén me presentó a los corazones sagrados de Jesús. Mis abuelos paternos eran católicos, pero muy tranquilos. No tenían más que una virgen en la puerta y muy sencilla. No había nada más. Rubén fue acólito de niño y de grande se hizo ateo, como muchos católicos que reniegan de su fé como esos niños que se enojan con su mamá y le dicen, -Ya no te quiero. Todo lo que hacía giraba en torno a su ex-fé. Y muchas de sus pinturas manifestaban esa animadversión. Había una en que estaba pintada la silueta de un corazón de Jesús y decía, ¿Quién es ese pokémon? Su mamá estaba indignada, como lo estaría por una travesura que en el fondo le hacía gracia. -¿Qué opina, Miss? Me dijo cuando la vi. La verdad no opinaba nada. Me daba risa la referencia al pokémon, pero no siendo católica no tenía ese aguijón que tendría para alguien que creció en esa fé. Ahora todo era diferente. El Cristo que estaba frente a mí mientras el padre hablaba y rociaba las velas de todos con agua bendita, me veía con dolor, con el pecho abierto y el corazón sangrante. Así me sentía yo. El Cristo me tendía sus brazos abiertos y debajo de él heabía muchos milagros, esos dijes de metal que son bracitos, corazoncitos, manitas y más que representan milagros que ha hecho en las personas. Y yo lloré. Estaba emocionada. Sentí que él sí me comprendía, que también le habían roto el corazón y que sufría. Mi tía me compró un manojo de romero. Rubén se apellida Romero y lloré de nuevo. -Cuando llegues a tu casa quema el romero y su perfume limpiará todo el pasado. Segunda lección aprendida. Hay que quemar el romero y limpiar el pasado.
Saliendo de la iglesia había unas monjas que vendían rompope. Mi tía les compró una botella y otra pequeña de anís para mí. Luego fuimos a la exposición de niños dios. Había muchos, de todos tamaños y vestidos de diferentes modos. Había unos vestidos con ropita de niño, otros con vestidos tradicionales, como ropones largos con encajes, otros iban con uniformes de diferentes equipos de futból. Era algo muy extraño. Y había muchos niños dios a la venta. También de diferentes tamaños. Mi tía compró uno pequeñito, como para un nacimiento. -¿Quieres uno? Me dijo. Y me dieron ganas de tener un niñito entre mis manos. -Sí. Le dije. Llevaba mi vela bendecida, mi ramo de romero para quemarlo y mi niñito.
Llegamos cansadas y nos tomamos una copa de rompope y otra de anís.
Lunes 3 de febrero
Esta vez el taxista favorito de mi tía nos llevó hasta Almoloya de Juárez, famoso por la cárcel de alta seguridad. Pero nos fuimos hasta el santuario Ojo de Agua donde está la fuente de un manantial en el que se ve una raya que divide el agua de la pileta que hay ahí. Nadie sabe cómo pasa, pero así es. El guía que está ahí incluso revuelve el agua y en segundos se vuelve a dividir. Nos hace notar que en la parte trasera de la división están los peces, el musgo y todo trazo de vida. En la parte delantera no hay ni una mota de polvo. La línea separa y divide la vida del principio. No llamaría yo muerte a la zona delantera, sino a la del principio porque en esa zona todavía no pasa nada, es como una página en blanco, está abierta a cualquier posibilidad. Tercera lección aprendida. Cada día es una página en blanco, siempre está algo por suceder, no tiene caso rumiar sobre el pasado. Salimos y mi tía está satisfecha con su plan. Ya no estoy triste, ya no lloró ni estoy callada. Hablo mucho y estoy emocionada con la raya. Tomamos otro taxi de ahí al restaurante de su amiga Maricarmen que está justo enfrente de la prisión. Acepto que es un tanto escalofriante, pero en cuanto cruzamos las puertas se me olvida su ubicación. El interior es muy agradable. Es amplio y hay mucho espacio. Hay un enorme jardín trasero con juegos. Todas las mesas tiene flores y manteles blancos con encaje. Las ventanas tiene marcos de madera y macetas con flores naturales. Maricarmen en persona atiende cada mesa y platica un rato. Cuando ve a mi tía grita, -¡Lydia, qué gusto!
Mi tía se levanta y se abrazan. -Mi sobrina, Claudia, vino de visita a curar un corazón roto.
-¡Ay, linda! Me dice. Ningún hombre vale la pena ni tus lágrimas ni tus suspiros. Aquí te doy el consejo que quieras. ¿Artista?
-Sí. Contesté.
-¿Cuántos años menor?
-Veintinuo, contesté sorprendida.
-No te preocupes, se te pasará rápido. Te clavaste y no debiste. Pero así de niños ni saben lo que hacen. Mira querida, una cosa te aseguro, él te recordará toda la vida, tú a él, quién sabe.
Me muero de la risa. Nos da lo mejor del menú y no nos cobra nada. Llegamos casi de noche a la casa. -Estás mucho mejor, ¿verdad? Pregunta mi tía. -Vamos a celebrar con un cosmo.
Saca el vodka y el jugo de arándano del refrigerador y un par de copas de martini de una alacena en la cocina. Yo solo había visto esa bebida en la tele.  Nos tomamos un par de copas cada quien y mi tía guarda todo. -Ya, que el alcohol es para disfrutar, no para desfigurar.
Martes 4 de febrero
Ya no hay paseo ni nada. Esta vez después de levantarnos y bañarnos mi tía me dice, -Voy a pasear al Taki -su perro- y mientras arreglas tus cosas. No quiero guardar mis cosas, me quiero quedar otro rato, siento que me falta una lección, pero obedezco. Arreglo mis cosas, reviso en el baño que nada se me olvide. Llevo una lista donde anoté absolutamente todo lo que empaqué y solo me falta tomarme la medicina para empacarla y ya. Espero a mi tía viendo el libro de Neruda. Tenía solo 17 años cuando escribió los versos más tristes para su amada. ¡Ah, la pasión de la juventud! Ya la experimenté dos veces, cuando era joven y ahora. Ya me da risa. Ya no lloro. Escucho la puerta, al perrito jadeando y a mi tía hablándole cariñosamente. -Vamos, Taki. Ven a lavarte esa patas. Si hubiera en existencia, mi tía le compraría zapatitos a su perrito. Le lava las patitas, se las seca con su toallita y ya el perro puede andar feliz por toda la casa, camas incluidas.
-Hoy nos toca comer en VIPs, dice mi tía.
Por mi no hay problema, me gusta la comida.
Regresamos rápido a la casa. -Antes de que te vayas quiero darte un último regalo, dice mi tía mientras sirve whiskey en un par de vasitos chaparritos y anchos con hielos y soda que sale a presión de un pequeño garrafón. En esos días he tomado más que en toda mi vida. Y creo que solo tomé agua en las mañanas, con mi medicina.
-Vamos a la salita de arriba que a esta hora el sol pega muy rico ahí.  Indica mi tía.
Me gusta esa sala, tiene un ventanal que da al patio y unos sillones muy cómodos. Hay una mesita al centro que tiene revistas. Revistas gordas de moda y decoración que mi tía compra cuando va a visitar a sus hijas a Washington. Me deja seleccionar unas y me las regala. Mientras veo las revistas, mi tía desaparece y vuelve con una cajita misteriosa. -Estas son mis cartas de Tarot, me dice. Multifé al fin y al cabo, ya nada me sorprende de mí tía. Las divide en cuatro mazos y me dice que elija uno. Junta los otros tres y los deja a un lado. El que queda lo esparce sobre la mesa y me dice que elija cuatro tarjetas de nuevo. Las saco y las coloca boca abajo en cuatro espacios. Reparte las demás cartas sobre estas. Me dice que no le haga las preguntas en voz alta, que las piense y que elija las cartas. Eso hago. Conforme van saliendo ella va interpretando cosas distintas. Un salón decorado en forma oriental... un hombre de cabello oscuro y ojos grandes, pero no es tan joven, es mayor que tú esta vez... y solo de eso me acuerdo. -¿De dónde saco yo un salón oriental? ¿Y un tipo mayor? Última lección- el futuro es incierto, pero hay un futuro.
El taxista llega y mi tía me abraza y me dice, -Espero te la hayas pasado bien, muñequita y que todo te haya servido. Señor, se la encargo, es mi sobrina consentida. Le dice al taxista.
El viaje de regreso no tiene mayor contratiempo. Llego de noche a casa. En los tres años que tengo viviendo ahí es la primera vez que siento que es mi casa. Ya siento que son mis calles, mis tiendas, mis rumbos. Y cuando cruzo la puerta, entro a mi recámara y me acuesto en mi cama. Ya es fácil conciliar el sueño en mi cama.




martes, 19 de marzo de 2013

UN VIAJE AL PASADO

Entré a la Coordinación y la secretaria me dijo, -Miss, te dejaron un recado. La Sra. García-Moreno, la mamá de Denisse. Dejó este teléfono y me pidió que te dijera que si le llamas en la tarde por favor.
Le di las gracias, vi el teléfono, lo guardé y me fui a mi siguiente clase.

En casa me di cuenta que se me había olvidado el asunto cuando saqué mi cuaderno para planear la clase del día siguiente y salió volando el papelito con el teléfono. No sé si ya era "la tarde", eran las 17.00. Llamé y me dijeron que hablara a las 19.00. Hablé. Me confundió la familiaridad con la que me hablaba la mamá de Denisse, -¡Hola, Clau! ¿Cómo has estado?
Y yo toda extrañada contesté, -Bien.
-No me reconoces, ¿verdad?
-No, confesé.
-¡Soy Miriam!
Y entonces até cabos. Miriam García-Moreno, de la escuela.
-¡Miriam! No sabía que eras la mamá de Denisse.
-Bueno, pues te hablaba para decirte si sabes de la reunión de los veinte años de la escuela.
-No, ni idea.
-Pues es en la casa de Alex Mendieta en Sta. Fé. Bárbara me mandó la información. Te la paso a tu mail y si quieres te vas conmigo.
-Ok. Dije y seguimos platicando de otras cosas. No pude dormir. Fui a la reunión del año, de los cinco y de los diez. No me la había pasado muy bien. Me sentaba con mis amigas de toda la vida, pero antes de que llegaran y cuando se iban me quedaba muy sola. Nunca fui de las populares en la escuela. Era de las matadas, de las estudiosas. Era uno de esos bichos raros que leía todo lo que nos dejaban y además leía por mi cuenta. ¿Para qué? Me preguntaban. Me gustaba. Eso sí, yo era la que contaba todo lo de literatura una hora antes del examen. Era como si contara un cuento y me gustaba mi público. Nadie reprobaba Lite, ni en español, ni en inglés. También hacía dibujos y no cobraba, me gustaba. Pero nadie me invitaba a las fiestas, a esas a donde iba todo el mundo. Desde que teníamos doce años y empezaron las fiestas, me invitaron a una que otra, pero con la cantaleta de siempre, de que me podía dar un ataque si me acostaba muy tarde mis padres pasaban por mí a las diez y a esa hora empezaban las fiestas. Dejaron de invitarme. Mis tiempos en la escuela fueron muy agradables. Aunque éramos más de cien en la generación, yo siempre tuve mis cinco amigas: Rina, Mirtha, Helena, Yuri y Leti. En sexto de prepa me llevaba bien casi con todo el grupo. Realmente nunca tuve ningún conflicto con nadie, simplemente no tuve ningún novio del salón ni me invitaban a fiestas. Miriam estaba conmigo en sexto. Me  acuerdo que a la reunión de un año muchas ya se estaban casando y yo recién había entrado a la Facultad. Cuando fue la reunión de los cinco años, muchas ya estaban teniendo hijos y yo seguía en la Facultad estudiando mi tercera especialidad y sin novio a la vista. En la reunión de diez años ya tenía yo mi hija y mi esposo que fue por mí a la reunión. En ninguna ocasión sentí que encajaba o pertenecía. ¿Debía ir a la de veinte? ¿Qué podía esperar? Además a las anteriores no habían ido mis amigas cercanas. Bueno, si iba con Miriam que había sido tan amable, por lo menos platicaría con ella.
Le escribí a Bárbara para pedirle información de la cena. Me contestó muy amable y me envió la dirección de Alex, el precio de la cena y me dijo que no me habían localizado porque solo tenían el teléfono de mis papás y pues ya nadie vivía ahí. Ahora sí habían pasado muchas cosas. El precio era alto para mi salario de maestra y coordinadora de preparatoria. Pero después de lo amable que había sido Bárbara me animé más a ir. Le hablé a mi hermano y le expliqué la situación. Me dijo, -No te preocupes, yo te doy y no me tienes que pagar.
Pero no solo era eso, además tenía que irme guapa. Estaba recién divorciada y sumida en la depresión. Aquella llamada fue un despertador. Una reunión de ex-álumnos junta a todos, los amigos, los no tan amigos y... esos amores imposibles que una nunca sabe si ahora podrán ser posibles. Carlos Javier Peraza Mora, sus frenos y su sonrisa irrumpieron en mi mente y me puse a brincar como niña chiquita. Faltaban dos quincenas para la cena. Podía gastar en maquillaje y zapatos nuevos en dos quincenas. De una madre que lloraba por los rincones, de repente mi hija se encontró una madre con uñas pintadas, bien arreglada, peinada con secadora y subida a unos tacones que no reconoció. -¿Quién eres tú y que le hiciste a mi mamá? Me preguntó entre encantada y extrañada.
-Hija, te presento a tu verdadera madre, respondí. La otra era una piltrafa que ya no va a volver. Mi hija se quedó a dormir con mi madre y las dos me despidieron sonrientes. Yo seguía muy nerviosa.
Llegué a casa de Miriam puntual y la esperé un ratito. Nos subimos a su carro y nos fuimos a casa de Alex Mendieta. Miriam sabía perfecto como llegar. Las dos íbamos nerviosas por las mismas razones. Las dos estábamos recién divorciadas y empezábamos a sentir esa extraña libertad de salir sin pedirle permiso o parecer a nadie.
Llegamos al edificio y el portero nos indico que la reunión era en la sala de fiestas y nos dijo cómo llegar. Yo estaba con la boca abierta. No conocía a nadie que viviera en Sta. Fé. Llegamos al salón y escuché un grito al momento que me abrazan fuertemente. Leti me decía muy alegre, -¡Clau! ¡Qué bueno que viniste! Y sí, qué bueno que estaba ahí. Leti me dijo, -Ven, siéntate conmigo. Miré a Miriam y ya se había ido con sus amigas. Me fui con Leti. No había visto a Leti desde que salimos de la escuela. Supe que se había casado recién habíamos salido y seguía casada y muy feliz. Es más, su hija mayor se casaba la semana que seguía. Yo estaba impactada. Me preguntó qué había hecho yo. Le conté mi historia y me dijo, -Me habría gustado estudiar. Pero ya casada ya para qué. Nunca se me habría ocurrido esa respuesta de alguien que se veía tan feliz. Seguimos platicando. En eso llegó a mis oídos otro grito alegre, -¡Claudia García! ¡No lo puedo creer!
-¡Mirtha! ¿Cómo estás? Y Leti y yo nos levantamos a abrazarnos y a gritar y saltar como si tuviéramos 15 de nuevo. -No sabes el gusto que me da volver a ver amigas de verdad. He conocido mucha gente, pero no se puede confiar en todos. ¡Me casé con Alex Martínez! Nos dijo cambiando de tema abruptamente. Y es que en eso venía hacía ella su eterno enamorado David. Leti y yo nos reímos. Circulé por diversas mesas y platiqué y me reí con mucha gente. Los años no habían pasado en vano. Las mujeres estábamos muy parecidas, los hombres habían encanecido o perdían cabello. Pero todos habíamos tenido experiencias amargas. Unos habíamos perdido a nuestros padres, Claudia Ríos había perdido incluso un hijo pequeño y eso le había ocasionado un miedo obsesivo a salir de su casa. El hecho de que estuviera aquella noche con nosotros, era un verdadero hito en su vida. La gran mayoría estaba divorciado. Muy pocos permanecían casados. El mismo Alex que había ofrecido su casa estaba pasando por un momento difícil pues se había enterado que iba a ser papá y no estaba casado y no sabía qué hacer. Un par de compañeros habían salido del clóset y se veían muy felices. Un par de compañeros se habían suicidado y nos sentimos tristes por ellos. Una compañera que en la escuela había ganado trofeos en diferentes deportes había perdido la batalla contra el cáncer. Otra que no fue había sobrevivido y empezado una institución para su prevención, detección y consulta. La vida nos había golpeado. Duro. Encontré guiños, sonrisas, abrazos y palabras cálidas en quien menos lo esperaba. Helena no fue, Rina tampoco. Yuri se había casado, por segunda vez, y vivía en Celaya, pero no importaba, tenía sus direcciones de correo electrónico en el que me había enviado Bárbara. Y muchos más. El de Carlos Peraza entre ellos. Él tampoco había ido, pero habían ido otros muchos, chicos que me habían gustado y a los que nunca había tenido el valor de decírselos.
De repente uno de ellos, Luis, se acercó a mí y me preguntó, -¿Qué has escrito? ¿Ya eres famosa?
Me puse roja.
-No, nada. ¿Por qué?
-Por que me acuerdo que en recreo nos metíamos al salón a leer tus periódicos y tu diario. ¡Eran buenísimos!
Abrí mi boca enorme y mis ojos. -¡No es cierto! ¿Leías todo?
-¡Todos! Me dijo y se acercaron sus amigos, Alex Mendieta, Sergio y Paco.
Yo me puse muy roja porque todos ellos me habían gustado. Nos reímos, ya qué. Todo el tiempo lo habían sabido. -No, no he escrito nada. Estudié literatura y soy maestra y coordinadora.
-Y eras muy buena contando las historias para Lite. Dijo uno de ellos.
Bárbara interrumpió para anunciar la partida del pastel. Había muchos pasteles. Y dijo, -Lo mejor de estar aquí con ustedes es que todos sabemos que tenemos cuarenta años y como no nos hemos visto en mucho tiempo, hoy celebramos los cumpleaños de todos. Sírvanse del pastel que más les guste y luego cenamos. Alex buscó a las señoras que hacían de comer en la tiendita y hay tortas de mole, rollitos de tocino y Cazares de botana.
Ni la cena más elegante nos hubiera hecho tan felices.
Cenamos con mucho gusto. No me acuerdo con quien me senté a cenar. Me sentía muy bien. No tenía miedo, ni estaba nerviosa, estaba en familia. Aquellos que habían sido compañeros, que no me habían invitado a sus fiestas, que no habían sido mis novios y muchas que no habían sido mis amigas, eran ahora mis hermanos. Lloramos juntos esa noche, cantamos, bailamos, nos tomamos fotos, brindamos, festejamos. La vida nos había golpeado, nos había moldeado, nos había igualado. Sabíamos lo que era perder padres, hijos, parejas, y también conocíamos la alegría de tener hijos, la preocupación de las calificaciones y peor aún, del bullying. Me pedían consejo como maestra. Me decían si recordaba si ellos habían sido así. Me tenían confianza.
Esa noche no llegué a casa sintiéndome Cenicienta, porque no regresé en una calabaza ni con jirones o ratones. Traía fotos con hermanos, traía confidencias, traía lindos recuerdos, los malos ya no tenía caso seguir albergándolos. Por fin habíamos crecido.

A la de 25 años sí fue Carlos. Por alguna extraña razón Carlos estaba en la puerta cuando yo llegué. Nos vimos, nos sonreímos y nos abrazamos con mucho cariño. -Claudia, me dijo, qué bueno verte.
Y mi corazón ya no latió con la fuerza violenta con la que solía. Sentí un ligero calor recorrerme el cuerpo. Lo había superado, pero siempre ocuparía un lugar especial en mi corazón.


sábado, 9 de marzo de 2013

FRASES CÉLEBRES

Esta muñeca se cambia de aparador.
-Tía Malena

¿Ya te conté?
-Mi mamá

Sí te oigo mamá, no tienes que gritar.
-Mi hija.

¿Qué?
-Mi mamá

Pero no me grites.
-Mi mamá

Ay, no. Te tiro del balcón y yo me tiro luego.
-Yo

Vas a ver la patada que te voy a dar.
-Yo

Quiero ver algo de actitud.
-Mi jefa

Así soy y ya no voy a cambiar.
-Mi tía Rebe

Uy, mi niña, yo ya estoy más allá del bien y del mal.
-Mi tía Lydia

No mires al que tiene zapatos más elegantes, mira al que no tiene pies.
-Mi abuelita Lucha

Se atrapan más moscas con miel que con hiel.
-Mi abuelita Lucha






SÁBADO EN LA NOCHE

Ame me dio la sorpresa que iba a fiesta en casa de Scarlett. Creí que íbamos a pasar la tarde juntas. Creí que íbamos a ver una película o a cantar viendo videos. Bueno, otro día será, o no. La acompañé y me regresé caminando a casa. Es curioso que sea la misma ruta, pero al revés de mis correrías de los sábados por la mañana. De noche todo es distinto. Las luces, la gente. Caminar me da tiempo para pensar. ¿Qué hago? De repente aquí estoy con todo este tiempo a mi disposición y no sé qué hacer. Desde que no fui a la fiesta de Mau porque no hubo taxi ya no me habla. Mau es la persona perfecta para un sábado en la noche.
Adam ya casi está descartado de mi vida. Nunca tiene tiempo. Que si se armó una fiesta, que si tiene tarea, que si tiene que estar con sus papás por la razón que sea. Ya me fastidia. Debo buscarme alguien de mi edad. Mmm, o mayor. ¡Alfredo! Neeeee. Hace siglos que no sé nada de él. Liber ya se regresó a Alemania. No quiero ir hasta la casa de Laura. Me aterra salir de ahí en la noche. De cualquier modo me aterra salir de noche. El jardín enfrente de El Califa se ve un poco espectral a estas horas.
Justo cuando voy a cruzar hay una patrulla al lado del Junior Club. Me dan tan mala espina las patrullas que mejor me cruzo por la gasolinería. Paso por el Blockbuster. Una película es buena opción, pero las prefiero en el cine y no a esta hora porque ya saldría muy tarde yo sola. Además mi madre me prestó un par de películas. Mejor veo una, o las dos. Son estas las noches que debería aprovechar para revisar correos atrasados y limpiar mi escritorio de la compu. ¡Qué patetico! O podría usar esa mascarilla de aceite de hueso de uva que me regaló mi mamá. O podría meter mis pies en agua caliente con cítricos para suavizarlos y descansar. O podría hacerme un manicure como Dios manda y no al aventón como todas las mañanas en la oficina antes de que llegue mi jefa. O podría arreglar los cajones, o... espiar en la recámara de Ame. Neeee, tiene la llave.
Por fin llego a casa. Ahí está el telefono todo solito. ¿Y si le hablo a Gina? Hace siglos que no platicamos. ¿Y si los niños se acaban de dormir y los despierto? Lo peor que le puedes hacer a la madre de unos pequeños. No, mejor me espero a que ella me hable. Bueno, siempre está mi madre, igual y le hablo a ella. Pero ya es tarde para ella. Se asustaría y la despertaría.Y de repente me cae como balde de agua fría, no, no siempre va a estar ahí mi madre. Y me brillan los ojos como caricatura japonesa. Por eso no fallo a ninguna cita del domingo.
¿Entonces qué hago hoy? El gato maulla quedito, como para recordarme que ahí está. Lo veo y lo acaricio debajo del cuello. Ronronea. La casa está sola, oscura, no he prendido la luz, hay un vacío lleno de libros y plantas. Está la computadora y todo el ciberespacio. Bueno, siempre está Facebook. No paso más de media hora. ¿Y ahora qué?
Me decido por la película de Bestias del Sur. Ni le pongo atención porque el gato entró a mi recámara por primera vez y está fascinado. Huele todo, ve todo y abre sus ojos enormes como si quisiera comérselo todo por la mirada. Ve mis pies dentro de las cobijas y los caza. Grito y se asusta. Me ve y ve los pies y se aleja. De la cama brinca a la tele y de ahí al librero y de ahí se lanza de nuevo a la cama. Camina por encima y me ve fijamente. Decide que le caigo bien y se acurruca a mi lado. Se duerme en tres segundos y ronronea. Me da risa. Se acabó la película y no entendí nada por ver al gato.Veo la otra película y me deprimo. Se trata de un escritor con polio que tiene más sexo que yo. Empieza una película en el once y dice The Joy Luck Club y me gusta esa película basada en la novela de Amy Tan. Me acomodo en la cama y empieza una película de crimen. Me temo que solo era la casa productora. Le apago y me duermo. O eso trato porque otra vez tengo insomnio.

martes, 5 de marzo de 2013

LO QUE MÁS ME GUSTA DEL DÍA

Lo que más me gusta del día es el agua caliente corriendo por mi piel. Lo que más me gusta del día es la crema acariciándome suavemente. Lo que más me gusta del día es el color del labial que presta vida a mi cansado rostro. Lo que más me gusta del día es el estimuante aroma del café al entrar a la oficina. Lo que más me gusta del día es picar el botón con la satisfacción del trabajo enviado. Lo que más me gust del día es los árboles que se asoman curiosos por la ventana. Lo que más me gusta del día es la espontánea sonrisa de Mike. Lo que más me gusta del día es la comida caliente cuando ya no aguanto más. Lo que más me gusta del día es el té de azahar. Lo que más me gusta del día es ponerme los tennis para caminar. Lo que más me gusta del día es oír a mi hija cantar. Lo que más me gusta del día es cuando apago la luz para irme a descansar.

viernes, 1 de marzo de 2013

¿Qué tal si un día ya no hubiera mujeres?

Cinco historias:
Marcelino, Andrés, el dr. Rivas, el lic. Argüelles y el grupo de 4to del Rossland.
Marcelino ama a su Miss Marcela, está seguro que si si su mamá viviera sería como ella, alta, delgada, con sus lentes y su voz amable. Nunca se enoja, ni siquiera con el terrible de Iván. Le gustan sus clases, sus dibujos en el pizarrón y las calcomanías que les da cuando terminan su trabajo. No sabe de nadie que no tenga por lo menos una, hasta Iván tiene, bueno, él no es mal alumno, es escandaloso. Emiliano es el que no se apura y pregunta todo dos veces, pero hasta él tiene dos calcomanías, así de buena es Miss Marcela. No como Miss Ivonne. Miss Ivonne, la de inglés, se enoja por todo, grita y pone tarea doble, todo por culpa de Iván. ¿Por qué no se calla? Marcelino saca su libro, lo abre en la p. 83 y se pone a hacer lo que tiene que hacer. Le gustan los dibujos de su libro de lecturas, aunque a nadie se lo diría, solo su abue lo sabe. No platica mucho con su papá. Llega cansado del trabajo, ven la tele juntos y se va a dormir. Se queda pensando y viendo por la ventana, se fue volando con una mosca que pasó y se salió por la ventila. -¿Nos puedes explicar de qué se trata la lectura, Marcelino? No es Miss Marcela, es la Miss Gutierrez, la directora que entró de repente. Marcelino la ve como si acabara de despertar.
-Marcelino está mal de la garganta, Miss Gutierrez. Dice Miss Marcela.
-Permita que conteste. Dice Miss Gutierrez.
Lo que no saben es que Marcelino leyó el cuento ayer con su abue. Marcelino ve la ilustración ya ya sabe en qué van. -Se trata de un niño que quiere ser explorador de grande porque no quiere matar animales, quiere fotografiarlos y hacer un zoológico de fotos.
-Muy bien, gracias. Dice Miss Gutierrez. Obviamente ella no tiene ni idea de qué se trata la lectura, solo lo hace para atraparlos y humillarlos, pero le falló. En eso Iván tira su bolsa de tazos con el codo al acostarse por quedarse dormido. El escándalo parece despertar a todos que se mueren de la risa y se acercan a tomar unos cuantos. -¡No, no! ¡Son míos! ¡Miiiiiiiiiiiiss, mírelos!
-¡Iván! -irrumpe Miss Gutierrez. -¡A mi oficina! Y una vez más se lo lleva. Miss Marcela y Marcelino fueron salvados por Iván. Ambos hacen nota mental que le deben una.
Suena la campana y es hora de formarse para la salida. Marcelino se sienta con Adrián, Emiliano e Iván  a jugar tazos mientras llega su abue por él. Tiene hambre, solo espera que no haya lentejas, detesta las lentejas. Iván está muy campechano, ni parece que haya ido a la oficina de la directora. De repente se oye la vos de Miss Normita por el micrófono, -¡Marcelino Argüelles! ¡Marcelino Argüelles! Marcelino junta sus tazos, toma su mochila y casi les vuela a sus amigos cuando se va. Ahí está su abuelita en la puerta, con su chongo y su olor a flores. -Hola, corazón. Le dice ella y le da un beso.
-No, abue. Dice Marcelino limpiándose el beso. La primera vez que hizo eso a su abuelita se le escurrió una lagrimita, ahora lo hace a propósito, para hacerlo enojar. Es un juego entre ambos. La casa está a un par de cuadras, así que se van caminando. -¿Qué hiciste de comer? Pregunta Marcelino.
-Lentejas con tocinito. Responde su abuelita. Marcelino hace gestos, pero sabe que se las va a tener que comer y que no va a pedir doble. Ni modo, ya qué. Pasan por la tortillería y se cruzan con Andrés, el vecino.

Andrés es un arquitecto jubilado. Vive con su esposa, maestra retirada y sus dos hijas, Ana Elena y Dorita. Ana Elena es maestra en otra escuela y Dorita estudia medicina. Andrés se despierta todas las mañanas con el aroma del café fresco que prepara su mujer. Desayuna leyendo el periódico, hábito que detesta su mujer. Siempre desayuna lo mismo, una rebanada de papaya, un par de huevos fritos, un par de rebanadas de pan tostado y su café. No le molesta, pero un poco de variedad no le caería mal. -caray, mujer, un chorizo, unas rebanadas de tocino, una cecina para variar.
-No, papá, nada de carnes rojas. Con la gota eso es suicidio. Indica Dorita.
-Ay, hija te tomas tu papel de doctora muy en serio. Se ríe su padre. Si sigues así no vas a encontrar marido, mejor aprende a cocinar. -¡Ash! Refunfuña Dorita y le dice a Ana Elena, -¿Vienes? Te doy un aventón por ahí.
-Va, espérame, solo voy por mi cartera. Y las dos salen corriendo.
-¡Ay! Estas niñas. Mucho trabajo, mucho estudio, nada de novios. ¿Que no se irán a casar nunca? Yo ya quiero nietos, aunque, pagar dos bodas. No sé qué esperar, vieja, tú qué opinas.
-¿De qué? Dice Doña Carmen que ya está lavando los trastes.
-Y tú en la luna. No, bueno, de las tres no se hace una. Dice Andrés y se va a la sala a oír las noticias en el radio porque le cansa el brillo de la tele. -Mueve los pies, Andrés, le dice Carmen mientras pasa la aspiradora. -¡Ay! Mujer, qué latosa eres. Voy a salir.
-¿A dónde vas?
-¡Pues afuera! Responde Andrés y se muere de la risa.
-Por lo menos trae las tortillas. Le dice Carmen.
Afuera, Andrés se encuentra al dr. Rivas que tiene su consultorio abajo de su casa. Es buen amigo. Pero como médico familiar no se retira. -¿Qué pasó mi doc. cuándo nos tomamos una chelita?
-Uno de estos días, Andrés. Responde el doctor Rivas.
-Eso me dice siempre y no más no dice cuándo.
Los dos se ríen sin tener nada más que decir y Andrés se sigue al parque. Ahí hay bancas y mesas para jugar ajedrez. Nunca le gustó ese juego. Y nunca le gustó jugar en el parque donde hay tanto sol. La verdad no le ha dicho a ninguna de sus mujeres que ya casi no ve, que la luz le deslumbra y que en la noche prefiere ni moverse. Pero si siempre va los mismo lados no se pierde. Se sienta debajo de un árbol y se pone a ver el periódico. Ya no lo lee. Solo ve las fotos. Sabe que alguien lo va a ver y le va a preguntar por una noticia y así es como se entera de todo. Así y porque su hija Ana Elena le cuenta todo lo que pasa. La verdad no quiere que sus hijas se casen porque lo dejarían solo. Carmen ya está vieja como él y aunque es buena también ya se va a morir. Cuando nadie lo ve Andrés se pone triste. No quiere que sus hijas se queden solas tampoco. Pero es más egoísta.
-Buenas tardes Don Andrés. Dice Chelita, la asistente del dr. Rivas que siempre va corre y corre. Siempre de blanco, con esos zapatos de goma como de mesera que parecen tennis pasados de moda. No que Andrés sepa mucho de moda, pero sus hijas no se pondrían eso nunca. Bueno, Dorita sí, pero ella está loca. -Buenas tardes, Chelita. Contesta y se ríe. Se acuerda que él y el dr. Rivas se van a tomar unas chelitas un día. Es una bobería, pero igual le da risa. -¿Le ayudo? Se ofrece Andrés porque Chelita va cargando paquetes. -Gracias, Don Andrés. Y le pasa un par de paquetes. En realidad no pesan nada, son de algodón. Pero si uno carga muchos se caen y así entre dos es más fácil. Esa Chelita, nunca la había visto bien. Es chiquita, flaquita y usa unos lentes enormes que parece ratón con esos dientes. Siempre anda corre y corre. Todo lo hace deprisa y es muy nerviosa. A Andrés le cae bien. Otra que no se casó. Llegan al consultorio y ahí está fresco. -Gracias, Don Andrés. ¿Quiere un vaso de agua?
-Por favor. Seguir de cerca a Chelita no está fácil. Camina muy rápido con esos zapatos de goma.
-¡Qué milagro, Andrés! Le dice el dr. Rivas cuando sale de su consultorio acompañando a una paciente con una receta. -Te ves agitado, ¿te tomo la presión? Andrés con tal de seguir sentado se deja tomar la presión. -Mira, no la tienes mal. Se ve que te cuidan muy bien. Te ves bien Andrés.
-Pues no me dejan comer nada.
-Pues qué bueno, porque no estás flaco, pero no estás gordo.
-Pues Carmen que siempre me saca a pasear al parque en las tardes. Ni que fuera perro.
-Es bueno caminar a nuestra edad Andrés.
-Y Dorita no me deja comer nada de carne.
-¡Pues, no! Como estuviste tan malo de la gota no debes.
-Y Ana Elena no me deja ver la televisión. Insiste en que mejor me lee el periódico.
-Andrés, ¿de verdad crees que no se dan cuenta de tu condición?
-Ya me voy. Tengo que ir por tortillas que me encargó Carmen. Dice Andrés y se va apurado.

Chelita y el dr. Rivas intercambian unas miradas y alzan los hombros, como diciendo, ese Andrés.
-¿Ya no hay pacientes, Chelita? Pregunta el dr. Rivas.
-Hasta las tres, doctor. Se puede ir a comer.
-¿Quiere comer conmigo, Chelita? Invita el doctor Rivas.
-Solo si usted paga. Responde Chelita con una sonrisa más bromista que coqueta.
Chelita y el dr. Rivas se conocen desde que el dr. Rivas abrió el consultorio hace más de cuarenta años. Los dos son solteros y nadie se explica porque no se han casado. Las madres de ambos viven y son posesivas y viudas, será por eso. Pero eso nunca les ha impedido comer juntos todos los martes en el mercadito que desde entonces se pone en el parque. Casi siempre comen cocktail de camarones y luego se comen un helado de limón, aunque sea enero y esté frío y el viento helado sople.
El dr. Rivas es como un oso gigante al lado de Chelita. Es enorme, mide como 1.95, camina lento y tiene unos pies muy grandes. Tiene una gran barriga sin ser obeso. Ya pierde el cabello café que se ve oscuro en interiores y más claro en exteriores. Igual que sus ojos cafés rodeados de un anillo azul cobalto. Está pálido de pasar todo el tiempo adentro y las ojeras debajo de los ojos se intensifican. Pero Chelita lo ve igual que hace cuarenta años, cuando era joven, alto, atlético y sonriente. Porque sigue sonriente, su boca apenas visible debajo del espeso bigote.
-Siéntese por favor, dice el doctor mientras le retira el banco anaranjado del puesto de mariscos. Pide un par de boings de guayaba y un par de cocktails de camarón.
-Salen dos de camarón, mi doc. ¿Cómo le va Chelita? Y les dan su comida.
Comen rápido y se van a dar una vuelta tomando sus boings. Dejan las botellas y se van al puesto de helados. -¿Dos de limón? Pregunta el heladero.
-Por favor. Contesta el doctor y paga.
Se van a dar otra vuelta al parque a comer su helado.
-¿No se cansa, Chelita? Pregunta el doctor.
-¿De qué?
-Pues de andar todo el día de arriba para abajo. No para.
-Ay, doctor. Me la paso acostada toda la noche, no hago más que dormir. Dice Chelita, como si eso fuera suficiente para justificar que se debe mover todo el día. -Por cierto, ya es hora, ni se siente en la banquita. ya debe estar por llegar su paciente de las tres y usted nunca ha llegado después de ellos.
Al cruzar pasa un carro azul y les toca el claxon a modo de saludo. Es el lic. Argüelles.
-Adios, Lalo.

El carro se estaciona abajo de un edificio de seis pisos. Se baja un señor alto de unos 38-40 años, con cabello muy negro, ondulado, con unas cuantas canas, traje azul marino y corbata a rayas inclinadas y zapatos lustrosos. En 5 años nunca ha faltado a comer a casa. Desde que su esposa murió siempre come con su hijo y con su madre. Cuando entra, la mesa está puesta. La jarra de agua de limón recién hecha está sobre la mesa y la sopa de fideo huele muy bien. Marcelino está sentado a la derecha de la cabecera y la señora Lichita sale de la cocina limpiándose las manos en el delantal. -¡Hasta que llegaste, muchacho! Tuve que volver a calentar la sopa.
-Gracias, mamá. Tuve junta y no se callaban.
-No te preocupes, solo te molesto.
-Hola, campeón. ¿Todo bien en la escuela? Se dirige a Marcelino.
-Sí, papá. Contesta Marcelino, pero a él no le cuenta lo que hoy hizo Iván, ni lo bonita que se veía hoy la Miss Marcela, ni que Miss Gutierrez casi lo atrapa que no estaba leyendo en clase. Sabe que su papá tiene prisa y que apenas tiene tiempo para comer y dormir unos quince minutos.
-¿Cuándo tienes exámenes?
-Fueron la semana pasada.
-¡Ah! perdón. ¿Tienes práctica hoy?
-¿De qué?
-No sé, de algo.
-No, papá.
-¿Y qué vas a hacer?
-Tarea.
-Bueno, no veas la tele toda la tarde, ¿eh?
-Lalo, a Marcelino no le gusta ver la tele. Tengo que arrebatarle el control para los videojuegos esos y luego quiere que lo lleve a la tienda a comprar papitas para sacar los esos tazos. ¿Cuándo vas a pedir vacaciones? Interrumpe Lichita.
-Pronto, mamá. Te quedó todo muy rico, como siempre. Le faltaron unos platanitos a la sopa, pero todo rico. Me voy a dormir un ratito, eh.
-¡Ay, muchacho! Vamos, Marcelino, ayúdame con los trastes.
-Sí, abue. Dice Marcelino y recoge los trastes que su papá dejó en la mesa. Se pregunta  por qué su abue no le dice que le ayude.
Lalo no duerme. No puede. Ni de día ni de noche. Apenas cierra los ojos le llegan imágenes de Irma. Si tiene suerte la ve contenta, feliz, jugando con Marcelino cuando era bebé. A veces le llegan imágenes de Irma en el hospital, pálida, flaca, ojerosa y casi sin cabello. No puede evitar llorar en silencio. Por eso se encierra, para que su madre y su hijo no sufran con él. La recámara está igual que cuando ella todavía vivía. No la ha vuelto a pintar. Los muebles siguen en el mismo lugar. Incluso sus vestidos siguen en el clóset. Sus botellas de perfume, sus pinturas, su cajita de joyas siguen en el tocador. No quería ni cambiar las sábanas, pero su mamá no lo dejó. Insistió en lavarlas. Y cada tiempo quiere regalar la ropa de Irma a la iglesia. Casi está seguro que la regala sin que se de cuenta. Ya no ha visto el vestido azul que se puso el día de las madres que nació Marcelino. No dice nada. Sabe que tiene que dejarla ir, pero le cuesta tanto trabajo. Si no fuera por su mamá no sabría qué hacer con Marcelino. Tiene los ojos de Irma y no soporta mirarlo. Quisiera abrazarlo fuerte, quisiera tener una buena relación con él, quisiera ir a jugar como lo hacía él con su papá, pero cada que lo mira a los ojos, no soporta su mirada y prefiere escapar. Por eso llega cuando ya se durmió. La alarma de su teléfono suena, Se pone los zapatos, se arregla la corbata, se peina, se lava los dientes y se va.
-Bueno, mamá. me voy.
-Sí, m'ijo. Trata de llegar temprano. Platica con tu hijo. No duran niños para toda la vida.
-Sí, mamá. Voy a tratar.
-Siempre dices eso.

El tiempo después de comer pasa muy rápido. Todo da flojera. Se instala un sueñito pesado que no deja concentrarse. la tarde cae y tras ella la noche. Todos regresan a casa. Todo se van a dormir.

-¡Ya levántate campeón! Hay que ir a la escuela. Grita alegre Lalo.
Marcelino sale con su uniforme limpio y los zapatos boleados que ayer le dejó la abuela. Él quiere aprender a hacerlo, pero ella insiste en mimarlo. -¿Me peinas papá? Ponme mucho gel como tú.
-Va. A Lalo no le cuesta peinar a Marcelino, no tiene que verlo a los ojos, sino a su cabello negro y ondulado como el de él. Le extraña que son las 7.45 y su madre no lo ha llamado. ¿Estará bien? Ayer se veía cansada y se oía ronca. En cuanto llegue a la oficina le habla.
No hay tráfico pesado en la calle.
En la escuela se ve mucho relajo. Ahí sí hay muchos carros, todo tocan el claxon. Qué raro, parece que hoy todos los papás se pusieron de acuerdo. No ve ni a la mamá de Iván ni a la mamá de Emiliano, los amigos de su hijo. -¿Te dejó aquí y te vas?
-Sí, pa.
Miss Normita no está en la puerta. Está el director Fernández. Se ve muy enojado. Algo malo debe haber pasado porque él es muy bueno. -A su salón. De inmediato. Ordena. No bromea.
No hay nadie en el patio. Ni alumnos ni maestras.
Marcelino va a su salón y ahí están todos. Y es correcto. Todos. ¿Dónde están todas? ¿No vinieron las niñas? Todos platican. Dicen que sus mamás no estaban en la mañana. A todos los trajeron sus papás. Ninguna mamá. Eso está raro. Miss Marcela no ha llegado. Si siguen hablando va a venir Miss Gutierrez a callarlos. Pero, no, quien viene es el profe. de computación a decirles que bajen todos al patio de inmediato. Cuando todos bajan al patio ni son tantos. Es raro solo hay niños, desde los chiquitos de kínder hasta los grandes de prepa, todos hombres, ni una niña, ni una miss. Ni siquiera Miss Gutierrez que nunca falta. Marcelino está distraído viendo eso cuando truena la voz del director Fernández por el micrófono.
-Buenos días niños. No hay misses. El día de hoy va a ser muy especial. No vamos a tener clases normales. Vamos a tener dos horas de deportes, dos horas de computación y dos horas de música. Y claro recreo. Pero no hay cooperativa.
Marcelino entendió por qué. Los únicos profesores que había eran los de deportes, computación y música. Los de prepa también tenían otros profesores, pero ellos iban a tener otras clases. Si no había cooperativa es porque no habían venido ni Flor ni doña Rufis y no había quien hiciera las quesadillas ni quien cobrara los dulces. Parecía que hoy no había mujeres. ¿Y si su abuelita no venía? ¿Se habrán muerto todas? ¿Se habrían ido con su mami? Y si no venía su abuelita, ¿quién iba a venir?
El día no estuvo tan divertido. Tantas horas de deportes bajo el sol cansan y dan mucha sed y sin cooperativa para comprar un juguito todos estaban hechos bola en los bebederos y los niños huelen muy mal. Hasta eso las niñas no.
Las horas de computación estuvieron mejor porque cuando el profe. terminó lo que tenían que ver  los dejó jugar sus videojuegos y hasta tazos. Las horas de música estuvieron de flojera porque nadie le hacia caso al profe y el tonto de Iván se la pasó sentado en el suelo sin hacer nada. -Y por qué no hace tus tonterías de siempre? Le preguntó Emiliano.
-Es que me gusta hacer enojar a la Miss Ivonne. Pero el profe. ni me pela. Y ya me aburrí. Hacer todo y que nadie te regañe no tiene caso.
-Estás loco. Dijo Emiliano y se subió los lentes con el dedo. ¿Tú si juegas tazos mientras llegan por mí?
Le preguntó a Marcelino.
-Sí, vamos. Y se fueron a sentar al patio. Los maestros no se fueron temprano ese día. Ahí estaban. Uno en la puerta que divide primaria de secundaria y prepa no los dejaba pasar, pero en cuanto regañaba a uno se le escapaban tres. Otro estaba en la entrada recibiendo a los papás que recogían a los hijos y anunciándolos por el micrófono. El director estaba en el centro del patio viendo a todas partes con las manos en la cintura y sudando con el sol que caía a plomo a las tres de la tarde. Otro profe estaba en la puerta de kínder y los niñitos iban y venían por debajo de sus largas piernas y casi lo tiran jugando encantados. Marcelino estaba entre aterrado y fascinado. Extrañaba mucho a sus misses, incluso a Miss Gutierrez. En eso escuchó, -Marcelino Argüelles ya apúrale que ya llegó tu papá.
¡Su papá había venido a la escuela por él! Eso nunca había pasado. ¿Habría hecho de comer también?
Marcelino estaba emocionado.
Lalo estaba aterrado.
Desde que dejó a Marcelino en la escuela notó que algo raro pasaba. Había pocos autos y todo iban muy rápido. Cuando llegó a la oficina no olía a café. El bote de basura tenía la basura de ayer. Las cosas estaban en su escritorio como las había dejado. Nada estaba en su lugar. A las 9.00 se dio cuenta que Susanita no iba a venir. No tenía idea de qué iba a hacer ese día. Y al parece nadie. No había ido ninguna secretaria ni recepcionista, bueno, ni las licenciadas, ni las pocas jefas. Todos se juntaron en la cafetería donde estaba el señor de los desayunos. No había ido la señora que lo ayudaba. Pero él se encargó de darles café y sandwiches. Como también él cobraba el servicio fue más lento con todo y que eran mucho menos clientes. nadie se tomó los jugos ni los platos de fruta. a las 10.00 se subieron. Pero todos prendieron sus computadoras, no para trabajar, sino para chatear. Había unos cuantos, los que eran asistentes, que sí trabajaron. pero ellos, los jefes, estaba perdidos sin sus asistentes, sin sus secretarias y sin las recepcionistas que les hablaran para decirles que había llegado las personas que tenían citadas. Y ni sabían quienes iban a llegar a qué horas ni en qué salas recibirlos. Como sea, no llegaron todos porque seguramente tampoco tenían quien les recordara que había que ir a una cita. En cuanto pudo, Lalo le marcó a su mamá. Nunca contestó. Supuso que estaba enferma, que había ido al médico, que había ido al mercado, que había paseado a su perro, que había ido a la escuela, que se sentía mal, que le dolía la cabeza, que le había dado un infarto, que probablemente estaba muerta. Entendió por fin porque le hablaba tantas veces al día. Tomó su saco y salió con la ruta de la casa de su madre en mente. Parecía que el carro lo iba llevando solito. Hacía mucho tiempo que no iba para allá, pero no en vano había vivido ahí toda su vida. Reconoció el parque, la tienda de Pina, la cerrajería de Lucho y por fin, en la esquina, la casa verde con una virgen de piedra donde todavía vivía su madre. sacó sus llaves y abrió desesperado. Se le cayeron. Las recogió y abrió. Todo estaba en orden. Incluso la cama estaba tendida. Olía a flores. La ventana estaba abierta y las plantas regadas. Le dio escalofrío. Algo estaba mal, muy mal. Casi eran las tres. Tal vez ya había ido a la escuela por Marcelino.

En el camino casi atropella al dr. Rivas que iba por la calle como zombie. No tenía tiempo para él en ese momento. El dr. Rivas alzó la mano, pero el carro pasó veloz a su lado. Todo era veloz, menos él. Ya estaba viejo y solo. ¡Qué solo! No se había dado cuenta hasta hoy. Se levantó después de dormir tranquilamente. No escuchó nada en toda la noche. Nada. nadie le pidió agua. Nadie le pidió que la acompañara al baño. Nadie le pidió que sacara una manta porque hacía frío. Nadie lo despertó para que prendiera el bóiler. Y durmió tan bien. Se rascó la cabeza y se fue a la cocina a preparar el café. -¿Cómo dormiste mamá? No te escuché en toda la noche. Y entonces sintió un frío helado corriéndole por la espalda. Si él ya era viejo, su madre era una anciana. Todas las noches conciliaba el sueño con el temor de que esa fuera la última de su madre. ¿El temor? ¿La esperanza? No, no debía. Tocó suavemente a la puerta de su madre. No escuchó nada. No tenía caso tocar más fuerte. Entreabrió la puerta y asomó la cabeza, -¿Mamá? Nada. La cama estaba tendida. La ventana abierta. Las plantas regadas. Olía al perfume de su madre. Muy concentrado y maderoso. Bueno, no estaba muerta. Simplemente no estaba. Tocó a la puerta de su pequeño baño. No se oyó nada. Esperó. Por nada del mundo entraría ahí. ¿Y si le había pasado algo y no podía hablar? ¿Y si le gritaba por entrar? Entro, ya qué. Nada. Tampoco ahí estaba. Se hacía tarde. Ya vería luego qué hacer. Ya olía a café.
Fue a la cocina. Se sirvió una taza grande. Se la tomó con calma y se metió a bañar. Se vistió como siempre, una camisa impecable y perfectamente bien planchada, sus pantalones grises de gabardina fina y su bata blanca con su nombre bordado en letras azules. Bajó al consultorio.
 -Buenos días, Chelita, ¿a quién tenemos primero? Otra vez nada. El dr. Rivas se sorprendió. Nunca había faltado Chelita y siempre era muy puntual. Ayer se veía bien. ¿Le habría pasado algo? Se asomó al calendario de escritorio donde Chelita anotaba las citas. La primera era hasta las once. El reloj de pared marcaba las diez y media. Bueno, no faltaba mucho. ¿Quién era? La señora Mercedes. ¿Y cuál era su apellido? Bueno, tenía tiempo para buscar en el archivero, no podían ser muchos expedientes.
No, eran mucho más de los que se había imaginado. Y no estaban por nombre, estaban por apellido y a saber el apellido de la señora Mercedes. ¿Quizá si lo buscaba en la computadora? Lo buscó en la computadora. Había dos. Mercedes Grijalva y Mercedes Rodríguez. ¿Cuál era? ¡Señora Mercedes! ¡Ah, pues la casada! Las dos estaban casadas. ¡Con un... ! Sacó los dos expedientes. Como no tenía nada que hacer se puso a leer los dos. Todavía le quedaban diez minutos. Acabó de leer los dos con lujo de detalles. Se extrañó de haber tenido tiempo. Y cuando vio el reloj se dio cuenta por qué. ¡Eran las doce! Tanto buscar a la señora Mercedes para que a la mera hora no haya llegado. Ni Chelita. Después de pensarlo un buen rato se decidió a marcar el teléfono de Chelita. Nunca le había llamado. Tenía su teléfono desde hace años. Literal. pero nunca lo había necesitado. Nunca faltaba, siempre llegaba puntual. ¿Para qué hablarle? Marcó los ocho dígitos.  Sonó y sonó. Llamó y llamó. Nadie contestó. ¿Qué habría pasado? Esto era muy extraño. Quiso tener una llave para la... ¿dónde vivía Chelita? No tenía idea si vivía en casa o departamento. Y ahora que lo pensaba. Sabía que vivía con su mamá. Y tampoco ella contestó. ¿Se habría muerto la señora en la noche? ¿La habría llevado al hospital? Sí, a lo mejor se había puesto grave la señora y ya. De todos modos en cuanto llegara le iba a preguntar dónde vivía. Volvió a ver el calendario. No había citas sino hasta después de las tres. ¿Qué iba a hacer ahora? No estaba su mamá. No estaba Chelita con quien platicar. Ni siquiera había un paciente de esos que llegan sin consulta. Casi siempre son madres con chiquillos enfermos o lastimados.
Cerró el consultorio con llave y salió a comer a algún lado. Hoy no había mercado, su madre o estaba en casa y no sabía a dónde ir. Sabía que no se quería quedar. Cruzo la calle a la altura del parque y casi lo atropella Lalo con su carro.

-¡Cuidado, dr. Rivas! Dijo Andrés  que lo atrapo cuando el doctor casi se caía.
-¡Andrés! Gracias.
-¿Cómo está doctor? Iba a verlo. Me siento muy mal. No entiendo qué pasa. Me desperté y todas se fueron. Pero no dejaron una nota, no me dijeron nada anoche. Carmen no hizo el café. Me hice unos huevitos con chorizo porque no estaba Dorita para regañarme. Y no aguanto el tobillo ni la rodilla. ¿Me puede ver ahorita?
-Sí, Andrés. Mi mamá no está, ni Chelita.
-¿A dónde se habrán ido?
-Bueno, no creo que mi madre ande con Chelita. Vamos al consultorio.
En el camino notaron que no había mujeres con niños saliendo de la escuela. No había ninguna manejando en la calle.
-Algo raro pasa. Comentó Andrés.
-Sí, ¿qué será?
-¿Se las habrán llevado los marcianos?
-No, Andrés. O bueno, no sé, todo puede pasar. pero dime, ¿qué te pasa?
-Pues eso, que no hay mujeres.
-No, me dijiste que querías verme porque te dolía el tobillo y la rodilla.
-Ah, sí. Y creo que es porque no hay mujeres. Carmen no me hizo mi desayuno aburrido y Dorita no me pudo decir que no comiera lo que me hace daño. Y me tropecé porque la alfombra de la sala está arrugad y no está aspirada.
-Pero te duelen porque comiste chorizo, no porque no estuvieran ellas.
-Bueno, sí, pero ellas son las que me cuidan.
-¿Tú no te puedes cuidar solo?
-Pues... me gusta que me cuiden ellas. Y a la noche sin Ana Elena que me platique las noticias del día, no sé que voy a hacer. ¿Sabe? Realmente no me importa qué pasa, pero me gusta que se tome el tiempo para sentarse con su viejo. Es muy buena y muy simpática. Es mejor que Adela, jajajajaja. Y ahora que no están no sé qué voy a hacer.
-Pues cuidarte tú solo. Es lo que hago diario.
-Pues qué triste. Sí puedo, sí sé, pero sino, ¿para qué me casé?
-Ay, Andrés, ya me pusiste a pensar. Tómate esto, no comas carnes, ni hojas verdes. Te voy a imprimir una lista con lo que no debes comer y otra con lo que es bueno que comas. Es mejor que comas en casa, para que te prepares tus alimentos y tú compres lo que más te conviene. Pero, por el momento, vamos a comer a la fonda de la esquina, ya tengo hambre. ¿Vienes?
-¡Pues sí!
Y allá fueron, a la fonda de la esquina. Que también estaba vacía. Había uno que otro comensal, pero no había meseras y lo peor de todo, ¡no había cocinera! Don Rulo se volvía loco tratando de cocinar, cobrar y atender las mesas todo al mismo tiempo. Y lo peor era la comida, había comprado bolsas de sopa y ya. Andrés y el dr. Rivas se quedaron vieron el caos y no quisieron contribuir a la angustia y frustración del pobre Don Rulo. -Vamos a ver qué hay en mi casa, dijo, Andrés. Ayer fue Carmen al mercado.
Y entonces comieron sope de fideos quemados, lechuga lavada (porque aquello no era ensalada) y quesadillas, porque no había carne.
-¿De dónde sacaste el chorizo, Andrés? Preguntó el dr. Rivas.
-¡Pues de la tienda!
-Te pasas. Bueno, me voy a ver si aparece alguna de las dos.
-Bueno, gracias. Me tomo la medicina.

Y cuando salió a la puerta Lalo iba saliendo de la puerta de al lado. -Buenas tardes, doctor. Dijo apurado. Para Lalo la tarde fue sumamente difícil. Cuando llegó a la escuela por Marcelino no solo no estaba su mamá, tampoco estaba ninguna maestra, ni la directora. Solo el director que fue el que entregó a Marcelino. Marcelino se veía entre confundido y divertido. Platicaron. Tuvieron que platicar. Tuvo que sostener su mirada por más de un segundo. Tuvo que soportar las agujas en su alma. Y sin embargo, aunque fue difícil, quería más. Quería volver a casa a ver a su hijo, a platicar, a saber de su Miss Marcela, de sus amigos, de cómo leía en las tardes con su abuela. ¡Su abuela! había dejado a Marcelino solo. Se dio la vuelta y fue por él para llevarlo a su trabajo. De repente entendió esa necesidad de todas las mamás en su oficina de tener ahí a sus hijos. Fue muy raro.

La tarde pasó sin más novedad que la enorme soledad de aquellos que percibían la falta de sus mujeres. Fue como si la noche que caía fuera quitándoles una venda de tomarlas por sentado, como si vieran lo que nunca habían visto, el polvo, el cariño, la comida, la charla, la compañía, los cuidados, la ayuda, la eficiencia, y también la posesividad, la inutilidad en algunos casos. Fue difícil conciliar el sueño.

-¡RIIIIING!
-Bueno. Contestó un Lalo adormilado.
-Hola, hijo. ¿Cómo amaneciste?
-Todavía no amanez... ¡MAMÁ!
-¿Qué te pasa? No me contestabas así desde que tenías 6 años.
-¡Qué susto nos diste! ¿Dónde andabas?
-En la casa. ¿Estás borracho?
-No, mamá. Ayer, dónde te metiste.
-Pues allá, como todas las tardes. Comimos fideos y Marcelino te dijo que no tenía práctica...
-Eso fue antier. Ayer te hablé, fui a la casa...
-¿Qué? Está loco. Mejor ya levántate y levanta a Marcelino que tiene examen de Matemáticas.
-Eso fue ayer. Y le fue muy bien.
-No, bueno. Nos vemos en la tarde.
-Sí, mamá. Contestó Lalo muy feliz y se fue a despertar a Marcelino.
-¡Ya levántate Marcelino! Quiero llevarte temprano. Quiero que me presentes a tu Miss Marcela.
Marcelino se quedó con los ojos extrañados y se rascó la cabeza. -¿Ya volvieron las mujeres? Preguntó.
-Pues tu abuela ya. Y ¿sabes, qué, campeón? Creo que todas.

En el camino a la escuela se les metió un carró y casi chocan. Iba una señora que se veía que se acababa de levantar. Lalo se enteró que era la mamá de Iván. No le agradó. Luego Marcelino le dijo que la señora que iba de la mano con Emiliano era su mamá. Se veía tranquila y amable. Esa le agradó más. Y entonces se acercaron a la puerta. Estaba Miss Normita y Lalo le preguntó, -Buenos días, Miss Normita, ¿podría hablar con Miss Marcela?
-Va llegando, señor.
Y entonces vio a una señora pequeñita con enormes anteojos y el cabello recogido por detrás. Su imagen no le impresionó. -Buenos días, Ud. es el papá de Marcelino, ¿verdad? Tienen el mismo cabello negro y ondulado. Tiene los ojos de su mamá, tiene una foto en su lugar.  ¿Cuándo quiere platicar de Marcelino? Era un poco mandona, pero le agradó. Era más maternal que encantadora. Entendió por qué Marcelino la quería tanto. -Ud. dígame, Miss.
-¿Le parece el viernes a las 10.30?
-Perfecto.
Y lo anotó en su agenda. Esta cita no se le iba a perder. Le dio la mano y se fue feliz. En el alto le sorprendió ver a Andrés caminando con Carmen del brazo. Se veía muy feliz. y es que esa mañana, después de que por fin se habñia quedado dormido, un delicioso aroma a café despertó a Andrés. Cuando salió de su recámara y vio la mesa puesta y su desayuno de siempre en la mesa se le salieron las lágrimas y corrió a la cocina a abrazar a su mujer como si se le fuera a perder.  Luego fue a buscar a sus hijas y a Dorita le pidió perdón y a Ana Elena le ofreció entradas al cine. Las dos se quedaron mudas y asombradas. Dorita le dio aventón a Ana Elena en su carro y solo se rieron. Casi atropellan al dr. Rivas que llevaba unas flores.

Saúl Rivas había salido temprano de su casa ese día. En cuanto oyó un, -¡Saúl tráeme un vaso de agua!
Se metió corriendo al cuarto de su madre. La abrazó como si fuera Navidad, le dio su agua, se vistió y salió al puesto de flores de la esquina del parque. Ahí compró un ramo de todas las flores y otro pequeño de frixias moradas, las favoritas de su mamá. Iba a cruzar cuando pasaron las hijas de Andrés. Se le dibujó una sonrisa de oreja a oreja, ¡habían regresado! Todas habían regresado. Y ahora, no iba a perder la oportunidad. Le dio a su mamá las flores en el pequeño florero de cristal azul que le había regalado su padre hace años. Las puso en el buró junto a su cama. Se metió a bañar, no se puso loción en exceso, se peinó y bajó con otro florero grande al consultorio. Se metió a su oficina y espero al sonido de las llaves. Cuando escuchó las llaves esperó a que Chelita se estableciera, pero lo que escuchó fue un, -¡Oh, por Dios!¡Qué lindas flores!
-¡Graciela! Pase a mi oficina por favor.
Chelita se asustó. En todos estos años el doctor nunca le había llamado por su nombre.
-¿Qué pasó, doctor?
El doctor se levantó, se acercó decidido y la besó. Así nada más.
A Chelita se le cayeron los anteojos y se no sabía que hacer con ella misma. -Graciela, ¿querría ud. hacerme el honor de ser mi esposa?
-¡Dr. Rivas! ¡Volvieron mis mujeres! Irrumpió Andrés.
-¡Andrés! Vociferó el dr. Rivas.
-¡Chelita! Dijo Andrés sorpremndido al ver a Chelita llorando como niña chiquita. Las flores, el beso y la propuesta todo seguido había sido demasiado para Chelita.
-¡No me hable de ustéd! Respondió Chelita.

La boda del dr. Rivas y de Chelita fue memorable. Ninguna de las dos mamás se sintió amenazada, antes al contrario, se sintieron aliviadas. Por supuesto Marcelino fue pajecito de anillos. Lalo conoció a una mamá divorciada e intercambiaron correos, celulares y se agregaron a Facebook. Su mamá lo vio con una enorme sonrisa. Andrés no soltó a su mujer y bailó y bailó y solo se comió la ensalada de muy buena gana. Y así se acaba esta historia increíble e imposible de qué pasaría si un día no hubiera mujeres.