A veces quiero huir. Y es que estoy atrapada entre ser hija y ser madre. Y siento que ni soy buen hija, ni soy buena madre, ni quiero. Solo quiero ser.
No quiero ver si mi hija estudió para el examen, si comió bien, si le doy poco o mucho, si debo exigirle más o menos. Me preocupa que cada decisión que yo tome le afecte y no para bien. Me aterra que me reclame que le hice falta, que no le di, que no le exijí, que no supe ser madre. Me manipula, me saca lo que quiere, me cansa, me humilla, me enfurece. Y también mi madre.
Que si me voy a arrepentir cuando ya no esté, dicen mis primas. Que le tenga paciencia, que aunque se vea joven ya está viejita, dice mi hermano. Que la cuide porque está sola, dicen mis tías. Y los domingos no son día del Señor, son día de mi madre. Comemos juntas religiosamente, y luego vemos una película o tomamos café en Santa Clara y paseamos a su perro y la escucho alabar al señor mi hermano. Y a veces comemos un día entre semana y me dice que le habló mi hermano o que está preocupada porque no le habló mi hermano y que ya bañó a su perro. Pero luego me platica que vio una puesta de sol, o que un pajarito le fue a cantar a su ventana, y que es el mismo siempre y que sospecha que es su madre, que viene a visitarla. Y entonces me enternece.
Igual que mi hija. Me parte el corazón cuando la veo clavada en una esquina porque algún patán le rompió el corazón... otra vez. Y quisiera tener una bazooka y salir a volarle la cabeza al tipo. Me encanta ver sus dibujos, en los que se apasiona. Me muero de la risa con sus aventuras y admiro que haga todo lo que yo nunca tuve el valor de hacer. Me fascina su atrevimiento para hacer su ropa y salir a lucirla. Me hace feliz escucharla cantar desde que se levanta hasta que le la tengo que ir a callar porque ya me enerva escucharla cantar a todo volumen por quincuagésima vez la última canción del último episodio de Glee. Y sin embargo las amo y quisiera vivir muy lejos de ellas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario