martes, 19 de febrero de 2013

AUTOENTREVISTA

¿Cuándo empezó esta urgencia por escribir?
Cuando aprendí. Cuando mi madre me leyó por primera vez cuentos y capítulos de novelas antes de dormir, que no para dormir. Las historias que me contaba me inspiraban para inventar las mías. Las películas que veía, lo que me pasaba, lo que veía, todo.
 ¿Y el diario?
Dos cosas se confabularon para que empezara. En el mismo cumpleaños me regalaron El Diario de Ana Frank y un cuadernito negro rayado. En casa encontré un lápiz y a todas partes cargaba el cuadernito. Cuando se acabó, compré otro y otro y otro y plumas y mis amigas me regalaban cuadernos forrados y plumas y nada me hacía más feliz. (Era muy chica para ponerme zapatos rojos y altos.)
¿Y cómo saltaste del diario a los cuentos?
Yo no tenía las bases teóricas para saber por qué, pero años después leí que la ficción había surgido de la mentira y que la mentira era lo que a uno le gustaría que hubiera pasado. O no. Opciones de realidad. Los cuentos surgieron de la simple pregunta de ¿qué pasaría sí...? Para bien o para mal. Romances frustrados florecían ahí, rabietas descontroladas de adolescente furibunda tenían finales trágicos para darle lecciones a mi madre, alucines, sueños, reflexiones, alternativas, salidas falsas, que no necesariamente suicidios, aunque también. La vida no vivida era la que escribía en otros cuadernos que no estaban destinados a diarios.
¿Y cómo se te ocurrió que a otros les gustaría leerte?
Bueno, en la escuela escribía historietas con mis amigas y teníamos un periódico de dibujos que nos divertía. Luego descubrimos que todo el mundo leía eso en el recreo, y de paso también leían mi diario. ¡Y les gustaba! Yo solo me divertía y escribía las cosas que me entristecían y las que me enfurecían y hacía bromas conmigo misma. De las historietas fue fácil pasar a los cuentos, ya no tenían dibujitos.
Luego estudié Letras Inglesas y todo el tiempo tenía que leer y escribir -ensayos. Mejoré mi redacción, mi puntuación y mi creencia en que lo que escribía era banal y nunca estaría a la altura de... bueno, de nadie. Pero al mismo tiempo decía, todos estos escritores y escritoras escribieron a pesar de eso. Mujeres que escribían aunque sabían que debían casarse para llevar una vida honesta. Hombres que se empeñaban en escribir aunque eran médicos, abogados, lords. Su única e imperiosa necesidad era escribir. Y era la mía. Hasta que me ganó la hormona y guardé la pluma y mis cuadernos.
¿Y qué hiciste en vez de escribir?
Fotografié, cosi, bordé, pinté flores en las paredes, pinté cosas en tablas de madera, cocinaba cosas complicadas. De algún modo tenía que decir algo. Traté de escribir, pero no podía. Estaba como mutilada en ese aspecto. Cada vez me borraba más.
¿Y luego?
Todo eso terminó y la doctora me dijo que escribiera lo que sentía. Volví a compra un cuaderno. Compré una pluma. Fui torpe al principio. Las palabras se agolpaban, salían torpes, extrañadas, curiosas, unas rancias. Y pronto fueron más cuadernos, más experiencias, más vida. Los cuentos tardaron otra vez. Pero las mentiras exigían salir. No podía dormir. Todos los diálogos, los personajes, todos los , ¿y qué tal sí? me tenían dando vueltas. Compré una carpeta y un paquete de 500 hojas, una perforadora y dormía con todo. En cuanto soñaba algo o se me ocurría algo lo anotaba, aunque no terminara, me dejaba en paz y podía dormir. También la euforia pasó. Todo lo que estaba amontonado salió, ahora salen de repente, cuando no estoy muy cansada, cuando estoy emocionada por algo, cuando estoy triste o muy feliz o cuando de repente leo o veo algo o a alguien y empiezo, ¿y qué tal sí?

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