martes, 8 de octubre de 2013

TIMELINES

Diciembre 2006
Un jueves cualquiera. La olla de ponche se calentaba y mientras yo planchaba el uniforme de mi hija para el otro día de escuela. Rafael me pidió que me sentara, que tenía que decirme algo. Lo vi tan serio que dejé de planchar. Me dijo que llevaba un mes saliendo con una amiga. Me tenía bien adiestrada. No me importaban las amigas. Me dijo que esta vez era diferente, que estaba enamorado. Sentí que me clavaba un puñal y luego lo retorcía. Por primera vez entendí en carne propia el significado de  "corazón roto". Literalmente sentí como un vidrio se rompía dentro de mí. Empezó a oler el ponche. Esa olla entera se hechó a perder. No soportaba ni el olor cada vez que quería una taza. Dejé de creer en Navidad.

Diciembre 2007
Rubén me antojó el ponche en su invitación a la exposición. No hubo ponche. Finalmente fuimos a un Sanborn's a tomarnos uno en una clásica piñatita. Lo odié, estaba muy dulce y tenía demasiada jamaica. Tenía que volver a hacer y demostrarle lo que era un buen ponche. Rubén me devolvió la fe en la Navidad y el deseo... por el ponche.

Diciembre 1977
Mi abuelo  me dio una ollita de barro con una caña saliendo. Olía a gloria. Olía a Navidad. -¿Por qué no te tomas tu ponche?- Me preguntó. -Está muy caliente.- Ya tibio sabía mejor.

Diciembre 1982
Mi mamá y yo fuimos al mercado a comprar todas las frutas: guayabas, tamarindos, ciruelas pasas, tejocotes, cañas de azúcar, piloncillo y canela. Mi mamá no le pone pasitas ni jamaica. Lo ácido lo toma del tamarindo y lo dulce del piloncillo. En la casa de mi mejor amiga lo probé por primera vez con jamaica y sabe rico, pero mi madre insiste en que NUESTRA recta no lleva jamaica. Lavo las guayabas, las ciruelas y los tejocotes. Pelo los tamarindos hasta que mis dedos huelen igual. Lavo las cañas y bajo estricta supervisión materna les quito la corteza. Todo va en orden a la olla, le hecho el agua, la canela y al último los piloncillos. Ahora sí, a prender la estufa y a esperar el milagro del aroma navideño.

viernes, 4 de octubre de 2013

VENTANAS

Realmente no tengo idea quién dijo eso de que los ojos son las ventanas del alma, pero eso querría decir que las ventanas son los ojos de la casa, con la enorme ventaja de que ven de adentro hacia afuera y también de afuera hacia adentro. Esto, para gente curiosa y metiche como yo es una gran ventaja porque me permite asomarme a otras historias porque realmente no sé lo que pasa dentro de ventanas que no son las mías, pero me puedo imaginar y por lo tanto inventar, digamos que en ese sentido son gatillos para la creación.
Será por eso que amo las ventanas, por su dualidad. Desde pequeña hubo una ventana sobre mi cama, casi encima de la cabecera y cuando no podía dormir, lo que era muy frecuente, me hincaba sobre mi almohada y contemplaba el silencioso mundo de la noche. Los postes de luz que derramaban su discreta estela sobre gatos suaves y etéreos, las luces oblicuas que anunciaban carros que venían a lo lejos y pronto desaparecían, el suave mecerse de árboles con colores diferentes a los que lucían de día. Mi ventana era un portal a otro mundo, mucho mejor que el que me ofrecían las atemorizantes sombras dentro de mi recámara.
Cada vez que buscaba un departamento nuevo, siempre buscaba que fuera exterior y que tuviera ventanas enormes porque también la luz que entra por ellas es importante. El primero tenía ventanas medianas que daban a un árbol y a un anuncio del restaurante de comida china que estaba debajo. Era raro el anuncio porque estaba prendido toda la noche aunque el retaurante cerraba a las 5.00. Por esa ventana veía al entonces marido irse al trabajo y lo despedía agitando la mano emocionada desde mi primer departamento, donde yo era la dueña y señora, donde mis reglas regían, donde no había cortinas porque no quería que nada impidiera la luz del sol ni de la luna. Luego nació mi hija y encima de su cuna había una ventana que daba a un jardín trasero y que parecía mágico porque nunca lo pudimos localizar desde afuera. Decidí meterle un jardín y le pinté un marco de campánulas de un azul intenso y vibrante como ella.
Mi segundo departamento en la Roma no fue tan afortunado. Era interno y las ventanas eran grandes y muy indiscretas porque nos metían a la vida privada de los vecinos y a ellos les permitían enterarse muy bien de la nuestra. Entonces tuve que comprar cortinas, mantener mi privacía y perderme de la fascinante vida ajena.
El último departamento, el mío, el no rentado, tiene las mejores ventanas de todas las que he tenido. Son de piso a techo y de pared a pared y no cubren la sala ni el comedor, les descubren la vida de la calle: los paseadores de perros nocturnos que no recogen sus deshechos, los novios que creen que se esconden al besarse detrás de los árboles, los alegres borrachos que cantan hasta las tres de la madrugada, las místicas procesiones que peregrinan hacia la iglesia a dos cuadras, la lluvia insistente que resbala por los vidrios, el vaho del amor... cuando había, el rocío cristalino de las mañanas, la luna curiosa que se asoma redonda y blanca, las estrellas más tímidas y los añorados aviones parpadeantes. Esas enormes ventanas que me vieron llorar noches de insomnio y triste soledad, esas ventanas que mudas me permiten asomarme al paso del tiempo, esas ventanas que me obligan a levantarme los fines de semana con latigazos insolentes de sol caliente y molesto, esas ventanas que no me revelan lo que mis oídos escuchan que viene desde lo más profundo de la calle, esas ventanas que son la extensión de mis ojos y de mi alma.

viernes, 26 de abril de 2013

CURRÍCULUM DE LOS AÑOS VACÍOS

Nunca dejé de trabajar, si acaso tres meses recién nacida mi hija.  Pero dejé de escribir once dolorosos años. No escribía mi diario que había empezado a los nueve y por eso es como si esos años no hubieran existido. Lo que por un lado es bueno. Hubo muchos intentos de retomar la pluma, pero sin éxito. Siempre había que hacer de cenar, ver juegos de futból estúpidos en la tele, asistir a fiestas de innumerables familiares políticos que les daba igual si yo iba, pero que no perdonaban que no fuera.
Pero las palabras se me agolpaban y de repente se colaban. En una ocasión Los Reyes le trajeron un cuento a mi hija con ilustraciones hechas en Power Point, de la época en que perdió los dientes.
Hubo micro-relatos en los ejemplos que ponía en el pizarrón. Hubo reflexiones y mini ensayos en las preguntas de examen. Hubo frases en vidrios empañados por la lluvia, poemas en servilletas y manteles individuales de papel en los resturantes, cuentos que le contaba a mi pequeña audiencia de una hija y una amiga, recuentos, disertaciones y resúmenes con las amigas, cartas a amores perdidos pero nunca olvidados. Parecería que el tiempo de matrimonio fue estéril, pero realmente fue de incubación, cuando eso acabó, me costó volver a tomar la pluma, se sentía extraña, incluso había desaparecido mi cayo de escritora. Pero poco a poco la pluma se fue reconociendo en el papel, me fui releyendo en mis letras, la tinta comenzó a fluir de nuevo por mis venas, fui llenando cuadernos y el cayo volvió a aparecer.

PREJUICIOS

Creo que los prejuicios vienen de la ignorancia de saber quién y cómo es la persona a la que se prejuzga. Esta ignorancia  se convierte en miedo que se disfraza de juicio. Como no sé quién eres, me das miedo, entonces, hay algo malo en ti. Te señalo y te desprecio.
Lo sé por experiencia, tengo tres características que me hacen digna de prejuicios: soy divorciada, trabajo todo el día y tengo amigos mucho más jóvenes que yo.
El primer punto me hace acreedora a sospechas por parte de las mujeres casadas que no me conocen  de querer andar con sus maridos. El segundo punto me hace acreedora a la etiqueta de mala madre y fodonga. Y el tercer punto les confirma el primero: soy una golfa disoluta. Aunque mi mejor amigo sea gay. ¡Más todavía! Aunque mis amigos hayan sido mis alumnos y me vean como a una tía o a una segunda madre. ¡Disoluta! Por lo tanto, como objeto de estos prejuicios el más feroz de todos los míos es el que tengo en contra de las amas de casa que no conozco. Tanto así que cuando regaño a mi hija le digo, -¿Qué, quieres ser una ama de casa?
Con el propósito de ser más objetiva le pregunté a mi hija cuáles eran mis prejuicios y me dijo que todos. Eso no me sirvió. Y bueno, es que solo un par de chicos que han sido sus novios me han gustado, los demás no.
Otro de mis prejuicios es hacia quienes no leen o se dedican exclusivamente a actividades físicas. Desde que yo aprendí a leer cargo un libro. En la escuela me preguntaban que para qué leía más de lo que ya teníamos que leer. Y no me invitaban a las fiestas. Creía que algo estaba mal. Hasta que entré a la facultad y todos leían y habían leído "más de la cuenta". Y fui feliz. Hace poco una amiga me dijo que me iba a presentar a un galán. Cuando me dijo que lo había conocido en el gimnasio y que era actor me dio flojera. -Seguro es un imbécil- pensé. Lo mismo me pasa con graves faltas de ortografía.  Un día mi hija recibió un mensaje de un amigo que decía -Boy para allá.
Bueno, al pobre de tonto no lo bajo. La verdad ni sé si es disléxico.
A veces soy testigo de los prejuicios de otros. Un día mi madre y yo íbamos con mis primas en Coyoacán. De repente, un grupo de adolescentes  con rastas, aretes y ropas coloridas y extrañas se nos acercaron. Mis primas se agruparon detrás de mi madre muy valientemente cuando de repente uno de los muchachos se acercó y dijo, -¡Hola, Miss! Los saludé y mis primas me dijeron ya que se habían alejado, -¿Y no te dan miedo?
¡La que les daba miedo si me enojaba era yo! Claro que los conocía, tal vez, de no haber sido así, sí me hubieran dado miedo. Pero los muchachos son muchachos. Un amigo de mi hija tiene los brazos tatuado con gaviotas que simbolizan la libertad y el desapego. Cuando te explica la historia hasta es poético. Mi hija tiene un aro en la nariz, y más allá de parecer una pequeña vaca no hace mayor daño que no lavar los trastes. Pero yo la conozco, se me acurruca cuando tiene frío y me pide que le rasque su espalda como cuando era chiquita. Pero en la calle las mamás apartan a sus pequeños como si fuera una delincuente en potencia.
Hace mucho se me ocurrió raparme con el calor que hacía. Fue muy divertido y extraño a la vez ver cómo la gente se cruzaba la calle cuando me veía. La verdad no tengo idea lo que pensaban. ¿Piojos? ¿Cáncer? ¿Loca? Fuera de mi cabeza rapada no había otra cosa escandalosa en mí.
Por eso también creo que señalamos lo que tememos o incluso lo que no queremos ser.

sábado, 13 de abril de 2013

ENTRE LETRAS Y PINCELADAS

Entre letras y pinceladas

   
II La invitación 
 III Un cine incómodo   
IV Bicicletas y poemas 
V Exposición sin exhibición 
VI Cine y comida
 VII Descubierta
VIII Navidad IX Música, videos y…más música 
X Sueños de museo 
XI Año Nuevo 
XII 6 de enero  
XIII El principio del fin 
XIV Incertidumbre   
XV Tesis, trabajo y otros recursos 
XVI El amor en los tiempos del cólera 
XVII Tía Lydia
XVIII Pollos

Hay algunas pérdidas que podemos definir como absolutas. Eso dice Eco respecto a las traducciones, pero según mi psicóloga, cada pérdida esconde una ganancia (y ahora que recuerdo, también Serrat lo canta). Aunque la pérdida de Rubén fue muy dolorosa, tanto, que de momento no le ví la ganancia.

            Me gusta pensar en el final como un par de enormes ojos negros mirando tristemente desde la estación Sonora del Metrobús a una mujer con el sol resplandeciendo en los cabellos negros caminando hacia el Parque México alejándose definitivamente de él. Pero ese no fue el verdadero final. El verdadero final fue mucho más amargo y vulgar y por eso no lo mencionaré. Esta es mi historia y la cuento como quiero.

            La verdad no sé cómo empezó. De repente estaba inmersa en una adicción a su voz, a sus ojos, a su piel, a su nariz tres veces rota y a sus dientes raros. Pero sobre todo a sus palabras. Palabras que siempre acariciaban, que curaban, que tocaban el corazón con calor y alegría, que no me dejaban dormir por estarlas repitiendo en mi cabeza de noche, ya sea que las hubiera leído en el correo, en el MSN, en un mensaje en el celular o las hubiera escuchado directamente de sus labios, por teléfono o en persona.

            Nos volvimos adictos. No vivíamos sino para nosotros. Cuando estábamos juntos éramos felices, no existía esa competencia por dominar tan común en otras relaciones, no había atracciones que ocultar o pasiones que domesticar, simplemente surgió lo que surgió.

            Ya era un hábito chatear por MSN cuando una noche que veía Dr. House recibí un mensaje desesperado en mi celular, -¿No te vas a conectar?
Me conecté. Después de muchos rodeos escribió, -Qué bueno que te conectaste porque ya no aguantaba más las ganas de... ¿Ya escuchaste los discos de Sabina que te presté?
-¿Las ganas de qué?- pregunté extrañada. No había escuchado “Ganas de…” en Esta Boca es Mía de Joaquín Sabina, sino hubiera captado inmediatamente lo que quería decirme.
-Las ganas de decirte que te quiero. ¿Por qué no los has escuchado?
Cuando leí aquello me quedé congelada. Ya había pensado en la posibilidad de que aquel sentimiento estaba surgiendo entre nosotros, incluso lo había comentado con mi psicóloga, pero ambas lo habíamos descartado como una linda fantasía. Incluso ella me había aconsejado que lo confrontara y le preguntara, pero la simple idea de hacerlo y de que me dejara por pensamientos tan atrevidos me aterró, así que no lo hice. Y él, tan quitado de la pena me lo decía tan así, tan campante, tan tranquilo. Fue la primera vez que no tuve una respuesta inmediata. Me quedé pensando un rato. Finalmente teclée,
-¿En qué plan?
-Ah, pues en uno muy particular, pero mejor cambiemos de tema.
Definitivamente yo NO quería cambiar de tema, quería saber con exactitud qué pasaba entre nosotros. A qué se debía esa repentina necesidad de confesar algo que luego quería soslayar como una mosca volando, como un pensamiento atrevido al que hay que sacudirse antes de que se vuelva una realidad palpable.
-NO.-Contesté rotundamente. Estaba decidida a indagar en lo más profundo de nuestros corazones, él siempre me confrontaba y cuestionaba mis razonamientos, me hacía reflexionar sobre mis sentimientos, me recordaba mis motivaciones. Yo sabía que me había provocado un sentimiento que tenía muy olvidado, muy oculto y atemorizado en lo más recóndito de mí. Quería saber qué tan cierta era mi sospecha, quería matarme la agonía que representaba la duda de comprobar si era una fantasía o una realidad. Una realidad, lo que sea que eso sea.
-No te enojes.-Contestó él, siempre calmándome, relajándome.
-No me enojo.-Me tranquilicé, pero agregué, -Eso no se dice así nada más. Por eso quiero saber en qué plan.

- Lo sé. Pero no tiene caso indagar en el plan en el que sea, tú me dijiste que había que aceptar los cumplidos como vengan.
-No es lo mismo decir te ves bien, que te quiero. ¿No crees?
-Pero te quiero y eso no tiene porque influenciar otros aspectos.-Contestó sabiamente.---Pues sí los afecta...-Contesté terca como siempre.
-Pues no debería.
-Por favor, sé claro, para que yo pueda ser clara. Y no te enojes.-Contesté suponiendo que se enojaba. A veces leer a la gente no es tan fácil como leer, entre líneas, un libro. Supuse muchas cosas de cómo escribía, creí leer tonos cuando no los había y eso es peligroso en cualquier relación, asumir sentimientos y pensamientos que simplemente no están ahí.
-No me enojo.-Contestó serenamente y demostrándome mi error de interpretación,- Hablemos claro si quieres, pero dime, ¿qué quieres saber?
-¿En qué plan me quieres? Just as easy as that. - ¿Por qué a los hombres les cuesta tanto trabajo expresar sus sentimientos? Les dan tantas vueltas.
-Lo que pasa es que tú esperas que lo clasifique con términos de "como amigos" o "como hermanos", pero no sabría decirte, me inspiras todo tipo de emociones, casi siempre tranquilidad, alegría, pero sobre todo te has vuelto de pronto en alguien con quien puedo pasar horas hablando o viendo…
-Igual,-contesté sorprendida. Estaba describiendo con sus palabras lo que yo sentía por él.
-Pero no creo que sea igual, sufro una especie de enamoramiento estimulante que me motiva, como te decía, esa sensación adictiva, como estar "drogado"…-continuó, describiéndolo todo exactamente como lo habría hecho yo misma. Por eso sólo acerté a repetir-, Pues es igual y me da miedo...para variar. Todo lo que se relacionaba con sentimientos que expongan al corazón me aterraba desde el divorcio.
-Por eso te digo que no tiene caso indagar, yo me la paso muy bien contigo y punto-concluyó del modo tan tranquilo como había comenzado. Pero ya había dicho lo que yo quería escuchar, o bueno, había escrito lo que yo quería leer de él hacia mí. Mis dudas habían desaparecido. Sí había una reciprocidad, no era una fantasía, mi intuición no me había fallado. Así que tranquila una vez más me limité a contestar,
-Ok, como quieras. ¿Qué hiciste hoy?
-Ja, que cortante. ¿En serio te cuento lo que hice hoy?

Y así me di cuenta que la historia ya había empezado.

jueves, 11 de abril de 2013

DESENCUENTROS




  1. LUZ- La revolución desde las haciendas (amor entre los de arriba y los de abajo)
  2. ELODIA-La revolución desde abajo (minas, lamas y tiendas)
  3. CARMEN- O cómo hacerse rica administrando dinero ajeno y haciéndose de la vista gorda y el corazón estrujado
  4. REBECA - Historias de terror en el hospital de Morelia, así soy y ya no voy a cambiar
  5. MARÍA - Enfermedades dentro y fuera, viudez, dos matrimonios,  y lo malo de soñar a toda costa
  6. MAGDALENA - El comercio como modo de vida, el amor es una albur, golpes, alcohol y casa chica en Tlatelolco del 68
  7. LYDIA - La hacienda de sueño, entre joyas, mar y amor, el huracán en Cancún, cuestión de género
  8. ELIZABETH - La consentida de todos menos de mi papá
  9. CLAUDIA - La ficción y los hombres de verdad
  10. AMÉRICA RAQUEL - Las dos personalidades de la hija
Sí, un divorcio es devastador, sobre todo cuando una sigue el manual al pie de la letra. Cuando llegué a terapia y por fin pude hablar, la doctora me pidió que escribiera. Y entonces me di cuenta que mi historia venía desde mucho antes. En mi familia, en mis mujeres, en mis modelos, en mi aprendizaje del amor y las relaciones había casi siempre un patrón. Y luego está la canción de Sabina, "porque el amor, cuando no muere mata" y entonces entendí todo. No me sirvió de nada, pero descubrí muy buenas historias.

martes, 2 de abril de 2013

tres

De los tres, él fue el más cariñoso, el más anhelado,  el sueño realizado.
Lo conocí en un salón de la facultad, en clase de Renacimiento y me enamoré de su arrogancia, sus rizos negros, sus ojos verdes como uvas peladas y su cuerpo bien moldeado. La noche que nos leía un soneto de Syndney hasta la luna se asomó por la ventana cautivada por su voz, su pronunciación y su cadencia. Y entonces lo seguí por toda la facultad, en todos los salones y en todas las materías que impartía - Traducción literaria, Seminario de Teatro Norteamericano e incluso me volvía a meter  a las clases que ya había tomado y le hacía preguntas molestas para hacerlo enojar. Una vez me dio un aventón al metro y me beso... en la mejilla.
Veinte años después me lo volví a encontrar en el pasillo de la facultad. -¡Claudia! ¿Ya estudiando la maestría?
-No, apenas me titulo de la licenciatura. Contesté.
Hizo un ruido extraño como de un caballo y contestó -Bueno, peor es nunca. ¿Vas afuera? Lo acompañé a la salida de la facultad y ahí se detuvo y me dijo, -Anota mi mail y escríbeme para pedirme un par de cortesías para la última obra que traduje. Y hay que tomarnos un café un día para ver qué ha sido de nosotros, ¿no?
-Ok.-Respondí y anoté lo que me dictó un poco confundida. Me dio un beso... en la mejilla, y se fue.
Llegando a la casa le marqué a mi mejor amigo Mauricio y le conté todo lo que había pasado. Se quedó un rato pensando y contestó en su más puro estilo, -Tranquila. Es obvio que quiere que tú le llames, espérate un día o dos para enviarle el correo, porque estoy seguro que ya lo escribiste o estás a punto. No pude esperar dos días, así que a la noche siguiente le escribí y le envié el correo en que inocentemente le pedía información sobre su obra y le recordaba del café.
Se tardó un par de días en contestar y mando al cuerno la obra y se fue directo al café. Me citó en el Moheli en Coyoacán el jueves 11 de diciembre a las 19.30. Yo no daba crédito, ¿Alfredo, mi profesor amor-imposible me invitaba a tomar un café?
Ese día tenía la comida de Navidad de CESSA donde trabajaba entonces y para mi sorpresa salimos temprano. A las 17.00 ya estaba afuera. Por suerte traía tacones cómodos, y así siempre camino más lento y en el suelo empedrado de San Ángel, pues más. Llegué a la parada del pesero. No tenía caso tomar taxi. No tardó. Llegué pronto a Miguel Ángel de Quevedo y estando ahí, en la tierra sagrada de las librerías, me metí a Gandhi a buscar una gramática decente del español. No encontré nada, pero perdí una buena media hora. Entonces ya me fui caminando al final de Francisco Sosa. Me fui gozando la calle, mirando cada escaparate, cafetería y panadería. La luna ya se asomaba, ya eran las 18.00. La luna y Alfredo de nuevo hacían pareja. Sonreí para mis adentros.
Y sí, al final de Francisco Sosa, justo en la esquina, estaba el toldo verde que decía MOHELI. Entré, escogí una mesa y cuando llegó el mesero contesté, -Estoy esperando a una persona. Faltaba hora y media todavía para que llegara la persona. No llevaba libro, ni diario, ni nada. Bueno, el celular. Me dediqué a borrar mensajes de una relación pasada. Le hablé a Mau que me dijo que me calmara y disfrutara mi cita. Y luego me dediqué a darle vueltas al celular sobre la mesa. Cada vuelta me asomaba a la puerta a ver si entraba mi bohemio profesor. En una de esas entró y me dio gusto que no hubiera entrada a media vuelta de celular. Eran las 19.20, diez minutos antes. Buena señal. Supongo.
Hablamos horas. Horas que se pasaron criticando a los exes y alabando a las hijas de cada quien como las criaturas más maravillosas del mundo. Alfredo pidió un capuccino con doble carga de espresso y yo un cappuccino sencillo. -Tengo insomnio todas las noches. Comentó a modo de disculpa por su bebida. Yo solo pensé, ¿Y cómo no con toda esa cafeína a estas horas?
Casi a las 23.00 me preguntó, -¿En que vienes?
-En tacones. Contesté.
-Te llevo. Dijo y pidió la cuenta. Él invitó. Cosas buenas de salir con hombres mayores.
Me abrió la puerta de su enorme y para-toda-la-familia camioneta roja y me preguntó por dónde.
No nos tardamos en llegar a mi casa.Y entonces me dijo, -¿Dónde puedo estacionar el carro?
Lo vi confundida. -¿Qué? ¿No me vas a invitar un café?
¿Después de tanto? pensé. -Bueno, si quieres hay un Starbucks en La Condesa. Respondí.
-¿De plano? me dijo.
-Pues no tengo café. Pero hay té y... agua.
-Eso está bien. Dijo y se estacionó en frente de los Alcohólicos Anónimos.
Nos bajamos y nos fuimos a mi casa. -¿Hasta donde vives?
-En el cuarto piso. Contesté.
Platicamos otra hora de todo y de nada. Pero la charla ya no giró en torno a lo familiar. Comenzó a presumirme sus publicaciones y sus traducciones y le dije, -Ya. A mí no me tienes que impresionar. Sé bien quién eres.
Se sonrió como niño atrapado en plena mentira y me dijo, -Bueno, tú cuéntame de ti.
Y le conté de Rubén. Estaba sorprendido. -Te recordará toda su vida.
-Tal vez.
Sonaron cohetes y se vieron crisantemos de colores contrastando sobre el oscuro cielo.
-¡Mira los cohetes para la guadalupana! Le dije emocionada.
Se acercó a la ventana y dijo, -¿Nos podemos alejar un poco?
-¿Por qué?
-No me gustan las alturas.
-Pero solo es el cuarto piso...
-Por favor, me aterra pensar qué pasaría si...
-¿Y para qué pensar en eso?
-Bueno, si ya no ordenas nada, me voy.
-No ordeno nada. -Le dije y lo tomé de la mano-. Me dio mucho gusto verte después de todos estos años. Por toda respuesta me jaló hacia sí y me besó... ¡en la boca! ¡Y de qué modo!
Me reí de nervios y le dije, -Es que tú siempre fuíste mi fantasía.
-¡Pues podemos hacer algo al respecto! ¿Dónde está la recámara?
Lo tomé de la mano y lo llevé hacia allá.
Me desabotonó los veinte mil botoncitos de la blusa con una calma desesperante y yo le desabotoné los botones de la camisa con mucha prisa. Me tomó los pechos, los pesó y los besó casi con reverencia. Y entonces soltó su comentario inapropiado, -Una amiga tenía unos pechos hermosos como los tuyos, luego le diagnosticaron cáncer de mamá y... ya no la he visto.
Hice una mueca y no pregunté nada. La verdad, ¿a quién le interesa eso?
Lo besé antes de que siguiera diciendo cosas. Se sorprendió por mi pasión. Terminamos el beso y se separó para verme directo a los ojos a través de sus enormes anteojos. -No te vayas a crear falsas expectativas. Una amiga empezó una noche con que no íbamos a ningún lado y que nunca le había dicho que la amaba...¡aburridoooooo!
¿Por qué son todos así? Nadie quiere nada. Ni siquiera yo sé si quiero algo. Apenas sé qué quiero de la vida. Tengo que terminar mi tesis para poder tomar un trabajo bien remunerado.  ¿A quién le importa el amor? Es más, ¿qué va  a pasar mañana? Primero hay que ver si sobrevivimos hoy...
Al oído, después de haberme besado el cuello de nuevo me preguntó, -¿En qué piensas? Te fuiste de repente.
-¿Eh? ¡Ah! ¡La luna! ¿Ya la viste? Está hermosa.
-¿Eh? Ah, sí, la luna. Dijo mientras volteaba sobre su hombro y sobre mí.
Me concentré y lo volví a besar-callar. ¿Por qué no puede callarse este hombre y dedicarse a su labor?
Me besó. Me acarició. ¿Qué más se hace en estos casos?
De repente muchas olitas de placer comenzaron a cosquillear por todo mi cuerpo y estallé en carcajadas.
-¿Por qué te ríes? Me preguntó casi indignado.
-Porque me río. Contesté con una cara sonriente y muy feliz.
-¿Cómo que...? ¡Ah! Te ríes. Conozco mujeres que...
Esta vez no lo dejé terminar y lo volví a besar. Funcionó.
-Ya entiendo por que te ríes. Y entonces se rió. Y estábamos tendidos en la cama muertos de risa. Pasó el efecto y dijo, -Hace frío, ¿no? Se tapó y se acurrucó junto a mí. Yo estaba feliz. Tenía a mi amor imposible perfectamente posibilitado y callado. De repente se sacudió y me dijo, -Mejor me voy. Ya es tarde y me voy a quedar dormido.
-Pues quédate. Le dije encogiéndome de hombros.
-¿En serio?
Me ayudó a tender la cama. Se quitó sus anteojos y pude verlo total y absolutamente desnudo. Me medio vio y se sonrió. Se tendió a mi lado. Me acarició, me dio un besito en la nariz y me rodeo con sus brazos y su pierna. Le sonreí triunfante a la luna indiscreta que de nuevo se asomaba por la ventana. ¡Yo estaba en la gloria!